Svante Arrhenius (1859-1927), un científico sueco, fue uno de los primeros en predecir el cambio climático inducido por el hombre a través del aumento de las concentraciones de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. En 1896, publicó un trabajo innovador en el que discutió cómo las variaciones en los niveles de CO2 en la atmósfera podrían alterar la temperatura superficial de la Tierra a través del efecto invernadero.
Arrhenius propuso que los combustibles fósiles quemados por la actividad humana podrían aumentar las concentraciones de CO2, lo que a su vez aumentaría la capacidad de la atmósfera para retener calor, llevando a un calentamiento global. Su trabajo fue notablemente presciente, ya que identificó una relación fundamental entre las emisiones de CO2 y el cambio climático mucho antes de que el calentamiento global se convirtiera en una preocupación científica y política generalizada.
Los cálculos de Arrhenius sugerían que un doblamiento de la concentración de CO2 en la atmósfera podría llevar a un aumento de la temperatura global de aproximadamente 5-6 grados Celsius. Aunque sus estimaciones del calentamiento eran más altas que las aceptadas hoy día por el consenso científico (que considera un aumento de aproximadamente 1.5 a 4.5 grados Celsius para un doblamiento del CO2), el principio básico que identificó es correcto y ha sido confirmado por más de un siglo de investigación climática posterior.
El trabajo de Arrhenius sobre el efecto invernadero y el cambio climático fue revolucionario en su tiempo y estableció las bases para la ciencia climática moderna. Sin embargo, su idea no ganó mucha tracción inicialmente, en parte porque la idea de que las actividades humanas pudieran influir en el clima global parecía improbable en ese momento. No fue hasta décadas después, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX, que la comunidad científica comenzó a observar y reconocer seriamente el impacto del aumento de los gases de efecto invernadero en el calentamiento global.