El Universo se organiza en niveles jerárquicos, y en cada nivel van surgiendo propiedades nuevas que no existían en niveles anteriores. Un átomo de oro exhibe unas propiedades que no presentan los protones, neutrones y electrones que lo constituyen. De igual modo una molécula de ácido acético tiene propiedades muy distintas a los átomos de carbono, hidrógeno y oxígeno que la componen. En la molécula de acético surgen propiedades como la acidez que carecen de sentido a nivel atómico.
Pequeñas biomoléculas (azúcares, aminoácidos, nucleótidos) se unen mediante enlaces químicos para formar grandes macromoléculas (polisacáridos, proteínas, ácidos nucleicos). Seguimos subiendo niveles jerárquicos y en cada nivel emergen nuevas propiedades.
Las macromoléculas se unen para formar complejos supramoleculares que a su vez forman orgánulos celulares, y por fin alcanzamos la jerarquía más extraordinaria que conocemos del Universo; la célula. De todos los niveles jerárquicos citados, este es el único que exhibe una fascinante propiedad; la vida.
La «fuerza vital» encerrada por la membrana plasmática no es una propiedad divina, no hay un alma, es una propiedad que emerge de forma natural a ese nivel de organización. Igual que cuando juntamos todas las piezas de un coche, emerge un coche, con sus propiedades características.
La organización jerárquica de nuestro universo no termina ahí. Un tipo de células llamadas eucariotas tienen la capacidad de asociarse, de comunicarse, de cooperar, formando tejidos que a su vez forman órganos, que a su vez forman dinosaurios….., y humanos.
En los humanos se exhiben propiedades extraordinarias, que por supuesto no aparecen en ninguno de los niveles anteriores. Una de esas propiedades es la capacidad de estudiar y comprender al propio Universo.