En una fresca mañana de otoño, el zoológico de Nueva York fue el escenario de un evento que pronto se convertiría en leyenda urbana. Un joven Compsognathus, conocido cariñosamente por los cuidadores como «Compie», había encontrado la manera de escapar de su recinto. No era un dinosaurio grande ni imponente, pero su astucia y agilidad eran incomparables.

La fuga de Compie no fue notada hasta que el sol comenzaba a ascender, tiñendo de dorado los rascacielos de la ciudad. Mientras los empleados del zoológico iniciaban frenéticamente la búsqueda, el pequeño dinosaurio ya se aventuraba por las calles de Nueva York, moviéndose con una curiosidad que superaba su cautela.

Su paseo lo llevó a la famosa Quinta Avenida, una arteria de la ciudad usualmente llena de bullicio y actividad, pero que en esas primeras horas matutinas se encontraba extrañamente tranquila. Compie, fascinado por los escaparates de las tiendas de lujo y los altos edificios que parecían rasgar el cielo, avanzaba sin rumbo fijo, maravillándose ante cada nuevo descubrimiento.

Los primeros transeúntes que se cruzaron con él no podían creer lo que veían. Algunos pensaron que era una broma elaborada o una promoción de alguna nueva película de dinosaurios. Pero al ver la gracia con la que se movía y la vivacidad de sus ojos, se dieron cuenta de que estaban ante un verdadero dinosaurio. Las redes sociales rápidamente se inundaron de fotos y videos de Compie, convirtiéndolo en una sensación instantánea.

La policía y los expertos en vida silvestre fueron alertados y se desplegaron por la zona, pero Compie demostró ser escurridizo. Se movía con facilidad entre las calles, explorando parques y deteniéndose ocasionalmente para inspeccionar los objetos que llamaban su atención. A pesar de la creciente multitud de curiosos y los esfuerzos por capturarlo, el pequeño Compsognathus no mostraba signos de estrés; parecía disfrutar genuinamente de su aventura urbana.

Finalmente, tras varias horas de persecución, fue el propio Compie quien decidió que su escapada había llegado a su fin. Atraído por un grupo de arbustos en Central Park, que le recordaban a su hábitat en el zoológico, se adentró en ellos, permitiendo que los expertos lo aseguraran y lo devolvieran a su hogar.

El paseo de Compie por la Quinta Avenida se convirtió en una historia que los neoyorquinos contarían durante años. El pequeño dinosaurio no solo había disfrutado de su libertad, sino que había unido a la ciudad en asombro y maravilla, recordándoles la magia inesperada que a veces, solo a veces, irrumpe en la rutina de la vida cotidiana.

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