Es nuestra primera linea de defensa y permite controlar a la mayor parte de los patógenos evitando que entren en el organismo o combatiéndolos una vez que han accedido.  Este sistema defensivo nos viene de serie, nacemos con él, y carece de memoria inmunitaria, no aprende de las infecciones pasadas. 
Durante el desarrollo embrionario se crea este primer nivel defensivo y se enseña a sus componentes celulares a distinguir lo propio de lo ajeno, no siendo responsable de las enfermedades autoinmunes. 

Se acostumbra a incluir en el sistema innato las barraras anatómicas que impiden la entrada del patógeno.  La piel es una de nuestras principales barreras, ni los virus son capaces de atravesarla.  Nuesto punto más débil está en los orificios naturales, que se blindan mediante las mucosas.  La secreción de moco o la presencia de sustancias antimicrobianas en algunos fluídos como la saliva, las lágrimas, el semen o la orina, disuaden a la mayor parte de los patógenos.

Os imagináis la de veces que estas barreras nos habrán salvado de la Covid, la de veces que el bicho se habrá quedada enredado en los mocos.

En algunas ocasiones estas barreras no son suficientes y el patógeno llega a nuestras células o a nuestra sangre, en ese momento se ponen en marcha los mecanismos internos de sistema inmune innato.

– Células asesinas naturales (Natural Killer, NK): son linfocitos grandes, que no debemos confundir con los B y T que veremos en el próximo post.  Su misión es localizar y destruir células tumorales e infectadas por virus.  Poseen unos gránulos cargados de perforinas y granzimas que inyectan a las células sospechosas provocando su destrucción.
Aún no está totalmente claro como reconocen a su objetivo, pero utilizan dos receptores de superficie, uno se une al ligando NK de la superficie celular y el otro interacciona con el antígeno mostrado en el MHC-1.  Si no hay interacción con el MHC-1 el linfocito NK entiende que la célula está secuestrada por un virus o es cancerosa, procediendo a su destrucción.

https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1074761306001488

Cuando nos infectamos con el SARS-Cov-2, las células NK identifican células secuestradas por el virus, y las destruyen, dando tiempo para preparar una respuesta más específica basada en anticuerpos y celulas T, pero que puede tardar más de una semana en llegar. 

– Células fagocíticas: son células presentes en la sangre (monocitos y neutrófilos) y en los tejidos (macrófagos) capaces de captar microorganismos y restos celulares, introduciéndolos en su interior para su degradación, proceso conocido como fagocitosis.  Resulta sorprendente cómo los neutrófilos son capaces de atravesar las paredes de los vasos sanguíneos, mediante un proceso llamado extrasvasación, en el que utilizan la separación entre las células endoteliales para salir a los tejidos donde se diferencian en macrófagos.

– Los interferones: son proteínas producidas y secretadas por las células de nuestro organismo en respuesta a la presencia de patógenos, virus, bacterias, parásitos o incluso células tumorales.
Una célula infectada por el SARS-Cov-2 secretará el interferón tipo gamma que se unirá a receptores situados en la superficie de las células NK y macrófagos activándolos.  Estas células del sistema inmune comenzaran la lisis y fagocitación de la célula en apuros.  Por su parte el SARS-Cov-2 desarrolla sistemas para evitar la secreción de interferones por parte de las células que infecta y así pasar desapercibido y poder replicarse.  Se trata de una auténtica película de policías y ladrones.

–  También existe otro conjunto de veinte proteínas, llamadas el complemento, que potencian la respuesta inflamatoria, favorecen la fagocitosis y la lisis de células.

– La inflamación es también una parte importante de la respueta inmune innata.  Ante un daño en los tejidos se produce un incremento en el tamaño de los vasos sanguíneos con el propósito de incrementar el volumen sanguíneo de la zona.  Este mayor volumen de sangre calienta el tejido y lo hace enrojecer.  También se eleva la permeabilidad de los vasos sanguíneos para derramar líquído (edema) y aislar la zona dañada.  En poco tiempo llegan grandes cantidades de monocitos y neutrófilos a la zona que cruzán los capilares por extravasación, transformándose en macrófagos que limpian la zona de patógenos.

En algunas ocasiones esta respuesta inmune innata no es suficiente para neutralizar el patógeno y es necesario preparar una respuesta específica, mediante proteínas y células que reconocen de forma específica el patógeno en concreto. Esta respuesta precisa de una larga elaboración y puede no estar lista hasta pasados siete o diez días desde del comienzo de la infección. Pero esto lo veremos en el próximo post.

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