El primer cepillo de dientes fue ideado por un emperador chino hace más de 500 años. Consistía en un mango de madera en el que insertaba pelo de animales (cerdas de cerdo).
En el siglo XVII llegó a Europa como un artículo de lujo destinado a la alta sociedad. Se prefería la crin de caballo frente a las cerdas, consideradas demasiado bastas para las delicadas encías europeas.
Mejor no pensar en la cantidad de gérmenes que acumularían estos cepillos, peor el remedio que la enfermedad.
El descubrimiento del Nylon, por Wallace Carothers en 1933, revolucionó la moda femenina con la llegada de las medias, pero este versátil material tiene muchas otras aplicaciones entre ellas la fabricación de cepillos de dientes higiénicos.
La síntesis del Nylon parte del benceno, materia prima muy abundante y barata extraída del petróleo. La hidrogenación del benceno lo transforma en ciclohexano, que por oxidación catalítica rinde la ciclohexanona, que a su vez por reacción con hidroxilamina y posterior transposición de Beckmann en medio ácido catalítico da la caprolactama. La hidrólisis de esta amida y su posterior polimerización produce un polímero de una gran dureza y resistencia muy utilizado en la fabricación de escobas, cepillos, hilos, cuerdas, engranajes, poleas, ruedas dentadas……
En cuanto a los cepillos de dientes, en el mundo se fabrican anualmente unos 26 000 millones de unidades, la mayor parte de las cuales terminan en el basurero. De momento el benceno es abundante y barato, no merece la pena reciclar, es más rentable usar y enterrar. Estoy seguro de que las generaciones futuras nos recordarán con cierto desprecio. El problema no está en la química ni en los plásticos, está en nuestra forma de ver el mundo, solo hay presente el futuro no importa.