Permítanme relatarles la historia de una vida consumida por una pasión, una búsqueda que me llevó desde los humildes comienzos en Figeac hasta las arenas milenarias de Egipto, todo en pos de desentrañar un misterio que había permanecido sellado durante casi dos milenios: la escritura de los faraones.
1. Un Destino Anunciado en Figeac (c. 1790-1801)
Vine al mundo en Figeac, en el departamento de Lot, el 23 de diciembre de 1790, en un momento en que Francia se convulsionaba por la Revolución.1 Mi familia paterna tenía raíces humildes en Valbonnais, campesinos que recorrían las regiones como buhoneros.3 Mi padre, Jacques, sin embargo, rompió con esa tradición; tras ser expulsado de su aldea natal, quizás por razones políticas, y recorrer Francia como vendedor ambulante, se estableció en Figeac.3 Allí se casó con Jeanne-Françoise Gualieu, de una familia burguesa local, y adquirió primero una casa y luego una librería en la Place Basse, un establecimiento que más tarde, para mi honor, se convertiría en el museo que lleva nuestro nombre.3 Fui el último de siete hijos, aunque no todos sobrevivieron a la infancia.3
Nací en un mundo en plena transformación, en el seno de una familia que, a pesar de sus orígenes modestos, valoraba los libros y la palabra escrita. El negocio de mi padre, sin duda, encendió en mí una temprana fascinación por la lectura.1 Se dice que aprendí a leer por mi cuenta a los cinco años, explorando los volúmenes de su tienda.2 Mi primera educación fue, por necesidad, algo irregular; las revueltas revolucionarias habían cerrado muchas de las escuelas regentadas por la Iglesia, dejándome en gran medida a mi propia iniciativa autodidacta.1
Mi hermano mayor, Jacques-Joseph, doce años mayor que yo, se convirtió en mi guía y protector.3 Él me crió principalmente, sobre todo después de su partida a Grenoble en julio de 1798.3 Ingresé en la escuela ese noviembre, pero confieso que las matemáticas y la ortografía fueron siempre mi talón de Aquiles –un defecto que tardé años en corregir– y mi carácter, admitámoslo, algo difícil, me causó no pocos problemas.3 La figura del abate Jean-Joseph Calmels fue crucial en esos primeros años, abriéndome las puertas a la cultura y enseñándome los rudimentos de latín, griego e historia natural. Mientras tanto, Jacques-Joseph, a pesar de la distancia, continuaba supervisando mi progreso a través de una copiosa correspondencia.3 La relación con mi hermano fue, desde el principio, mucho más que fraternal; fue una simbiosis intelectual y afectiva que sustentaría toda mi vida y mi obra. Su apoyo incondicional, su guía y su colaboración constante fueron el andamiaje sobre el que construí mis logros.5 Sin su fe en mí, sin su dedicación a mi formación y bienestar, especialmente en tiempos de agitación política o penuria económica, mi camino habría sido infinitamente más arduo, quizás imposible.5
2. Grenoble y las Semillas de la Obsesión (c. 1801-1807)
En marzo de 1801, con apenas diez años, dejé mi Figeac natal para reunirme con Jacques-Joseph en Grenoble. Mi hermano tomó las riendas de mi educación de manera formal.3 Inicialmente me instruyó él mismo, pero la tarea resultó abrumadora, por lo que me confió al abate Dussert, un pedagogo de renombre, entre noviembre de 1802 y el verano de 1804, para las materias de letras, mientras asistía a la escuela central para otras disciplinas como el dibujo.3
Fue bajo la tutela del abate Dussert donde mi apetito por las lenguas antiguas se desató verdaderamente. Profundicé en el latín y el griego, y me lancé con avidez al estudio del hebreo. Pronto añadí a mi lista rudimentos de árabe, siríaco y lo que entonces llamábamos «caldeo» (arameo bíblico).3 Mi hermano, un gran admirador de Oriente, alentó esta inclinación, transmitiéndome su pasión por la arqueología y las civilizaciones antiguas.3 A los dieciséis años, mi sed de conocimiento lingüístico era ya insaciable.8 Fue entonces, en 1806, cuando presenté una memoria ante la Academia de Grenoble en la que exponía mi audaz hipótesis: que la lengua copta, hablada por los cristianos de Egipto, era en realidad la heredera directa de la antigua lengua de los faraones y, por tanto, la clave para descifrar los jeroglíficos.8 Esta no fue una simple curiosidad lingüística más; fue una elección estratégica deliberada, la piedra angular sobre la que planeaba edificar mi gran obra.10 Desde mi adolescencia, mi estudio del copto no era un fin en sí mismo, sino el medio fundamental para alcanzar mi objetivo último.
Vivíamos tiempos de intensa «Egiptomanía» en Francia, una fiebre cultural desatada por la campaña de Napoleón en Egipto (1798-1801).5 Figuras eminentes como Joseph Fourier, a quien tuve el privilegio de conocer gracias a mi hermano, habían formado parte de la comisión científica que acompañó al ejército.8 Ver los objetos traídos de Egipto, escuchar los relatos de primera mano y, sobre todo, conocer la existencia de la Piedra de Rosetta, descubierta recientemente y que prometía ser la clave de todo, encendió en mí una obsesión que ya nunca me abandonaría.5 La expedición napoleónica no fue un mero telón de fondo; fue el catalizador directo de mi vocación. Creó el fervor cultural necesario, trajo a Europa los materiales cruciales –incluida la propia Piedra de Rosetta 5– y me puso en contacto con mentores como Fourier, cuyo conocimiento y acceso a materiales fueron invaluables.8 Mi destino quedó indisolublemente ligado a aquella aventura militar y científica.
3. París, el Copto y los Susurros de Egipto (c. 1807-1815)
En 1807, me trasladé a París para sumergirme en el corazón de la erudición orientalista en el Collège de France. Allí profundicé mis conocimientos de persa, etíope, sánscrito, zenda, pelvi y árabe, pero mi foco principal seguía siendo el copto.8 Tuve la fortuna de estudiar bajo la dirección de Silvestre de Sacy, una figura pionera que ya había realizado intentos preliminares sobre la escritura demótica de la Piedra de Rosetta.8 Paralelamente, comencé la ardua tarea de compilar mi propio diccionario y gramática de la lengua copta.8
Mi dedicación al copto se convirtió en una verdadera obsesión. Como le escribí a Jacques-Joseph en 1809: «Estoy completamente copto… quiero saber egipcio tan bien como sé francés, porque mi gran obra sobre los papiros egipcios [los jeroglíficos] se basará en esta lengua».10 Confesé: «Solo sueño en copto… Hablo copto solo conmigo mismo».5 Busqué activamente a un sacerdote copto en París, Yohanna Chiftichi, que oficiaba en la iglesia de Saint-Roch, para que me instruyera en la pronunciación y los matices de la lengua hablada, tal como pervivía en la liturgia.4 Llegué a considerar el copto como «la lengua más perfecta y racional conocida» 19, convencido de que era la llave maestra que necesitaba.10 Mi inmersión fue total, trascendiendo el mero estudio académico para convertirse en una vivencia íntima, un intento de conectar directamente con el pensamiento de los antiguos egipcios.
A pesar de mi juventud, y gracias a la intervención de Fourier que me evitó el servicio militar, fui nombrado profesor adjunto de historia en Grenoble en 1809, con tan solo 19 años.8 Sin embargo, mi camino estuvo plagado de dificultades económicas y problemas de salud crónicos, como la gota y el tinnitus, que me aquejaban desde joven y se agravaron en el clima húmedo y poco salubre de París.5 En 1814, publiqué los dos primeros volúmenes de L’Égypte sous les Pharaons, una obra geográfica que era solo el preludio de un proyecto mayor.8 En el plano personal, tras un largo noviazgo, me casé con Rosine Blanc en 1818, hija de una acomodada familia de guanteros de Grenoble. Nuestra hija, Zoraïde, nacería en 1824.5 Estos años, aunque productivos académicamente, estuvieron marcados por la precariedad y la lucha constante. Mi profundo conocimiento del copto no era simplemente útil; era la condición indispensable, el sine qua non para el desciframiento final.8 Mientras la Piedra de Rosetta proporcionaba los textos paralelos y los cartuchos ofrecían puntos de partida, fue mi dominio internalizado de la gramática, el vocabulario y los sonidos coptos lo que me permitió tender el puente entre los signos fonéticos aislados y la comprensión real de la estructura y el significado de la antigua lengua egipcia.10 Sin el copto, el código habría permanecido, en el mejor de los casos, parcialmente roto.
4. La Piedra de Rosetta: Una Promesa de Granito (Descubierta en 1799, Estudios desde c. 1802)
El descubrimiento de la Piedra de Rosetta en julio de 1799 por el oficial Bouchard, cerca de la ciudad de Rashid (Rosetta para nosotros los franceses), durante la campaña de Napoleón, fue un acontecimiento que resonó en toda Europa.1 Aquella estela rota de granodiorito oscuro 12, aunque incompleta, contenía una promesa inmensa.12 Llevaba inscrito el mismo decreto sacerdotal del año 196 a.C., en honor al faraón Ptolomeo V Epífanes 8, en tres escrituras distintas: la majestuosa escritura jeroglífica («sagrada», «palabras de los dioses»), la escritura demótica («nativa», la cursiva de uso cotidiano) y, fundamentalmente, el griego antiguo, una lengua perfectamente conocida por los eruditos.5 Su naturaleza trilingüe fue reconocida de inmediato como la clave potencial para desvelar el enigma de los jeroglíficos.12
Aunque la piedra fue confiscada por los británicos tras nuestra derrota en Egipto en 1801 y trasladada al Museo Británico en Londres al año siguiente 5, afortunadamente se hicieron copias, vaciados en yeso y grabados que circularon ampliamente por los centros académicos de Europa.14 Los primeros esfuerzos se centraron en la escritura demótica, la mejor conservada de las dos egipcias. Mi antiguo profesor, Silvestre de Sacy, logró identificar grupos de signos correspondientes a nombres propios como Ptolomeo.8 Su discípulo, el sueco Johan David Åkerblad, basándose en su conocimiento del copto, identificó algunas palabras demóticas más y sus valores fonéticos, pero erró al suponer que el demótico era un sistema puramente alfabético, lo que limitó su avance.8 Estos primeros pasos mostraban el camino, pero también las dificultades de abordar escrituras cuya naturaleza fundamental aún se desconocía.
La Piedra de Rosetta trascendió rápidamente su valor puramente lingüístico. Su descubrimiento por los franceses y su captura por los británicos la convirtieron de inmediato en un símbolo de la rivalidad nacional.7 La carrera por descifrarla se convirtió en una cuestión de orgullo patriótico.15 Su eventual desciframiento marcó el nacimiento de la Egiptología moderna como disciplina científica 5, y su nombre se ha convertido en un término universal para cualquier clave que permita desvelar un conocimiento oculto.12 Incluso hoy, las continuas peticiones para su repatriación a Egipto subrayan su poderoso estatus como icono cultural y símbolo de un patrimonio disputado.15 Su viaje y la lucha por comprenderla reflejan las grandes corrientes geopolíticas y culturales de nuestra época.
5. Años de Lucha: Agitación Política y Batallas Intelectuales (c. 1815-1821)
La caída de Napoleón y la Restauración Borbónica trajeron consigo tiempos difíciles. Mis conocidas simpatías bonapartistas me acarrearon problemas políticos.5 La situación llegó a tal extremo que en 1821 participé en un levantamiento en Grenoble, donde junto a otros izamos la bandera tricolor en la ciudadela en lugar de la bandera realista borbónica. Fui acusado de traición y tuve que esconderme durante un tiempo, aunque finalmente fui indultado.5 Además, en 1815, la Facultad de Letras de Grenoble fue clausurada, dejándome sin mi puesto académico.8 Fueron años de gran incertidumbre, apuros económicos constantes y una salud que no dejaba de empeorar.5 Sin embargo, mi determinación por descifrar los jeroglíficos no flaqueó; mi trabajo intelectual continuó con fervor en medio de la inestabilidad.
Fue en este período cuando surgió mi principal rival en la carrera por el desciframiento: el erudito inglés Thomas Young. Hacia 1814, este polímata dirigió su formidable intelecto hacia la Piedra de Rosetta.14 Young dio pasos iniciales cruciales: reconoció que los cartuchos contenían nombres reales, identificando el de Ptolomeo 17; dedujo correctamente algunos valores fonéticos comparando los nombres de Ptolomeo y Berenice 17; determinó la dirección de lectura de los jeroglíficos observando hacia dónde miraban las figuras de animales y pájaros 11; y demostró que la escritura demótica estaba relacionada con la jeroglífica y no era puramente alfabética, como creía Åkerblad.18 Publicó sus hallazgos, inicialmente de forma anónima, en la Encyclopædia Britannica alrededor de 1818-1819.25
Nuestros enfoques, sin embargo, diferían notablemente. Young, un físico y médico brillante con logros notables en óptica y otros campos 5, abordó el problema con una mente analítica excepcional, pero quizás con una perspectiva menos profundamente lingüística que la mía.31 Aunque identificó correctamente algunos valores fonéticos, no logró comprender la gramática subyacente ni la estructura general del sistema.30 Seguía aferrado a la idea de que los jeroglíficos eran fundamentalmente simbólicos, excepto cuando se usaban para escribir nombres extranjeros.21 Carecía, sobre todo, de mi profundo conocimiento del copto, la clave que yo consideraba esencial.20 La rivalidad entre nosotros se intensificó, avivada por el orgullo nacional de Francia e Inglaterra 15, y desembocó más tarde en agrias disputas sobre la prioridad de los descubrimientos.5
Aunque tensa, esta competencia con Young probablemente me sirvió de acicate. Saber que otro intelecto formidable estaba trabajando en el mismo problema, y logrando éxitos parciales, me impulsó a trabajar con mayor intensidad y urgencia.31 Me obligó a refinar mis métodos y a acelerar mis esfuerzos para lograr el desciframiento completo que anhelaba. La competencia, especialmente cuando está teñida de fervor nacionalista, puede ser un poderoso motor para el avance científico. Además, la diferencia en nuestros enfoques vitales fue significativa. Young era un polímata, un hombre de intereses vastos y diversos 5, mientras que mi vida, desde la adolescencia, se había concentrado casi exclusivamente en Egipto y sus lenguas con una pasión que rozaba la obsesión.5 Para mí, el desciframiento era una cuestión vital, el proyecto definitorio de mi existencia; para Young, aunque fascinante, era una más entre sus muchas investigaciones.33 Esta concentración absoluta, esta dedicación total a un único y complejo problema, resultó ser, creo yo, la clave de mi éxito final.
6. El Camino Hacia el Desciframiento: Cartuchos, Copto y Claves (c. 1821-1822)
Estaba firmemente convencido de que los jeroglíficos no eran meros dibujos simbólicos ni un código secreto reservado a una élite sacerdotal, como muchos aún creían.13 Mi convicción era que se trataba de un sistema de escritura complejo y racional, capaz de representar la lengua hablada de los antiguos egipcios.13 Rechacé la idea de que fueran puramente ideográficos.11 Mi método se basó en la comparación sistemática y en la aplicación rigurosa de mis conocimientos lingüísticos, especialmente del copto.
Al igual que Young, centré mi atención inicial en los cartuchos, esos óvalos que, como ya se sospechaba y él había confirmado, encerraban los nombres de los soberanos.1 La Piedra de Rosetta nos proporcionaba el nombre de Ptolomeo (Ptolmes) en jeroglíficos, correspondiente al griego Πτολεμαῖος
Sin embargo, para avanzar necesitaba más nombres que comparar. Dos artefactos bilingües adicionales resultaron ser de una importancia capital:
- El Obelisco de Bankes, traído de Filae a Inglaterra, presentaba cartuchos jeroglíficos y una inscripción griega en su base que mencionaba tanto a Ptolomeo como a Cleopatra. [4, 21]
- El Papiro Casati contenía un texto en demótico y griego, lo que me permitió conocer la forma demótica del nombre de Cleopatra. [4, 21]
Estos documentos demostraron que la Piedra de Rosetta, aunque fundamental, no era suficiente por sí sola. Necesitaba estos puntos de comparación adicionales. Conociendo la escritura demótica de Cleopatra y la relación ya establecida entre signos demóticos y jeroglíficos [21], pude formular una hipótesis sobre cómo se escribiría Cleopatra en jeroglíficos. La comparación minuciosa de los signos para Ptolmes (P-T-O-L-M-E/I-S) y Kleopatra (K-L-E-O-P-A-T-R-A) fue el momento decisivo. Identifiqué los signos compartidos por ambos nombres – la P (□), la T (representada por un panecillo), la O (un lazo o cuerda anudada) y la L (un león)– y deduje sus valores fonéticos.7 Otros signos, como la caña para E/I o el paño plegado para S, completaron este primer alfabeto fonético.11
Tabla 1: Deducciones Fonéticas a partir de los Cartuchos de Ptolomeo y Cleopatra
Signo Jeroglífico (Descripción) | Nombre(s) en que aparece | Letra(s) Griegas Correspondientes | Valor Fonético Deducedido |
□(Rectángulo/estera) | Ptolmes, Kleopatra | $\Pi$ (Pi) | P |
Panecillo semicircular | Ptolmes, Kleopatra | $\tau$ (Tau) | T |
Lazo/Cuerda anudada | Ptolmes, Kleopatra | $\omicron$ (Omicron) | O |
León recostado | Ptolmes, Kleopatra | $\lambda $ (Lambda) | L |
Lechuza | Ptolmes | $\mu$ (Mu) | M |
Caña floreciente | Kleopatra | $\epsilon$ (Epsilon) | E |
Dos cañas | Ptolmes | $\alpha$ (Alpha Iota)? | I / AI? |
Paño plegado | Ptolmes | $\sigma$ (Sigma) | S |
Cesta con asa | Kleopatra | $\kappa$ (Kappa) | K |
Águila | Kleopatra | $aAlpha$ (Alpha) | A |
Boca | Kleopatra | $\rho$ (Rho) | R |
Huevo (determinativo femenino) | Kleopatra | – | (Marca de género) |
Panecillo + Huevo (determinativo femenino) | Kleopatra | – | T (Marca de género) |
Nota: Esta tabla simplifica un proceso complejo; la identificación exacta y la confirmación requirieron análisis adicionales y la consideración de variantes.
Aquí es donde mi profundo conocimiento del copto demostró ser absolutamente esencial. Una vez que tuve valores fonéticos potenciales, pude probarlos comparándolos con palabras coptas conocidas.11 Un ejemplo crucial fue reconocer los jeroglíficos para ms (un símbolo específico seguido de la ‘S’ del paño plegado) y vincularlos con la palabra copta $\text{ⲙⲓⲥⲉ}$ (‘mise’, que significa ‘dar a luz’ o ‘nacer’), un concepto que encajaba perfectamente en el contexto del decreto de la Piedra de Rosetta que celebraba la ascensión al trono de Ptolomeo V.4 Esto no solo ayudó a confirmar los valores fonéticos, sino que también comenzó a desvelar el significado de las palabras egipcias subyacentes. Confirmó de manera irrefutable que los jeroglíficos representaban los sonidos de la antigua lengua egipcia, de la cual el copto era su última etapa.11
Este proceso me reveló que el sistema jeroglífico era mucho más ingenioso y complejo de lo que nadie había imaginado. No era ni puramente alfabético ni puramente simbólico. Comprendí que era una combinación fascinante de tres tipos de signos que funcionaban conjuntamente:
- Signos alfabéticos: Representando sonidos consonánticos únicos (como los deducidos de Ptolomeo y Cleopatra).
- Signos silábicos (o multiconsonánticos): Representando combinaciones de dos o tres consonantes.
- Determinativos (o ideogramas): Signos pictóricos colocados al final de las palabras (a menudo después de los signos fonéticos) para indicar la categoría semántica o el significado general de la palabra (por ejemplo, un hombre sentado para profesiones, un rollo de papiro para conceptos abstractos, un sol para ideas relacionadas con el tiempo o la luz). Estos signos no tenían valor fonético propio, pero eran cruciales para la claridad.11
Esta comprensión de la naturaleza mixta del sistema fue mi contribución teórica fundamental, el paso que me permitió superar las limitaciones del trabajo de Young.11 El desciframiento no dependió únicamente de la Piedra de Rosetta, sino que requirió sintetizar información de múltiples fuentes bilingües (Rosetta, Obelisco de Bankes, Papiro Casati) y verificar constantemente las hipótesis fonéticas con una lengua emparentada conocida (el copto).4 Fue un proceso iterativo de reconocimiento de patrones a través de conjuntos de datos diversos. Además, la revelación de este sistema mixto demostró una lógica interna ingeniosa, diseñada para la riqueza expresiva y la claridad (los determinativos, por ejemplo, ayudaban a distinguir homófonos), no para el oscurantismo sacerdotal.13 Esta complejidad no era arbitraria; servía a funciones lingüísticas específicas y reflejaba la sofisticación del pensamiento egipcio, desafiando los prejuicios anteriores sobre su civilización.13
7. «¡Je Tiens l’Affaire!» – El Descubrimiento (14 de Septiembre de 1822)
Habiendo establecido los principios fonéticos utilizando nombres de gobernantes greco-romanos como Ptolomeo y Cleopatra, la prueba definitiva era aplicar este sistema a nombres de faraones nativos egipcios, inscritos mucho antes de cualquier influencia griega.7 Tuve la fortuna de recibir copias de inscripciones procedentes de templos como Abu Simbel, quizás enviadas por mi amigo, el arquitecto Nicolas Huyot.4
El 14 de septiembre de 1822, mientras examinaba febrilmente estas nuevas copias en mi buhardilla parisina, mi mirada se detuvo en unos cartuchos que me resultaron a la vez familiares y extraños. Uno de ellos comenzaba con un círculo ($ \odot $), el disco solar, que en copto se pronunciaba ‘Re’. Le seguía un signo que yo ya había identificado como ‘M’ (por Ptolmes), y luego dos veces el signo ‘S’ (el paño plegado, también de Ptolmes). Aplicando mi clave fonética y mi conocimiento del copto (recordando la raíz ms = nacer/engendrar), lo pronuncié en voz alta: ¡Ra-mes-ses! ¡Ramesses!.4 Inmediatamente después, examiné otro cartucho similar. Comenzaba con la imagen de un ibis, el ave sagrada del dios Thoth (Djehuty en egipcio). Le seguían los mismos signos ‘M’ y ‘S’. La lectura era clara: ¡Thot-mes-s! ¡Thutmosis!.4 Eran nombres de faraones legendarios, conocidos a través de los autores clásicos, pero ahora leídos directamente de sus propias inscripciones jeroglíficas por primera vez en quizás catorce siglos.4
La magnitud del descubrimiento me golpeó con una fuerza abrumadora. La puerta a un mundo perdido se había abierto de par en par. Corrí como un loco a la oficina de mi hermano Jacques-Joseph en el Institut de France, irrumpí gritando «¡Je tiens l’affaire!» («¡Lo tengo!», «¡He resuelto el asunto!»), y acto seguido, caí al suelo, desvanecido por la emoción, la tensión acumulada durante años y el agotamiento de un esfuerzo intelectual incesante.4 Permanecí en un estado de colapso o agotamiento extremo durante cinco largos días.4 Este momento no fue solo un triunfo intelectual; fue la culminación de una inversión personal y emocional inmensa. Mi mala salud crónica 5 y la naturaleza de «todo o nada» de esta búsqueda 33 hicieron que la liberación repentina de esa tensión acumulada tuviera un impacto físico devastador, ilustrando el coste humano que a menudo se esconde detrás de los grandes logros científicos.
Poco después de recuperarme, el 27 de septiembre de 1822 1, presenté formalmente mis hallazgos en mi célebre Lettre à M. Dacier, leída ante la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres de París.1 En ella, esbocé mi método para descifrar los jeroglíficos fonéticos, marcando el nacimiento oficial de la Egiptología científica.1
8. Desbloqueando una Civilización: El Précis y Más Allá (1823-1828)
La Lettre à M. Dacier fue el anuncio, pero se necesitaba una explicación más sistemática y completa. En 1824, publiqué mi obra fundamental, el Précis du système hiéroglyphique des anciens Égyptiens.8 En este trabajo, detallé la naturaleza compleja y mixta de la escritura jeroglífica: la interacción entre signos fonéticos (alfabéticos y silábicos) y signos determinativos (ideográficos), proporcionando un marco coherente y aplicable para leer la escritura de los antiguos egipcios.11
Mi desciframiento es hoy universalmente aceptado como la base sobre la que se construyó toda la Egiptología moderna.5 Aunque las discusiones sobre las contribuciones iniciales de Young persistieron durante algún tiempo 5, fue mi sistema el que proporcionó la clave completa y funcional.8 Establecí, entre otras cosas, que el texto jeroglífico de la Piedra de Rosetta era una traducción del griego, y no al revés, como algunos habían pensado.11 Mi trabajo abrió de par en par las puertas a la comprensión de la historia, la cultura, la religión y la vida cotidiana del antiguo Egipto a una escala sin precedentes, revelando la inmensa riqueza de una civilización que había permanecido en silencio durante siglos.13
El éxito trajo consigo el reconocimiento oficial. Fui enviado a estudiar las importantes colecciones egipcias en Italia, especialmente en Turín.8 A mi regreso a Francia en 1826, se me confió el puesto de conservador del recién creado departamento egipcio en el Museo del Louvre.5 Mi trabajo y los esfuerzos, junto con los de mi hermano, por adquirir más antigüedades egipcias contribuyeron a transformar la naturaleza misma de museos como el Louvre, ampliando su enfoque desde las bellas artes hacia una representación histórica y cultural más completa, más cercana al concepto moderno de museo.5 Descifrar la escritura no fue solo un ejercicio lingüístico; fue devolver la voz a toda una civilización, permitiéndonos comprenderla en sus propios términos y corregir las visiones a menudo distorsionadas o simplistas que se tenían de ella.13 Demostró la avanzada cultura lingüística y científica de Egipto, su asombrosa antigüedad –muy anterior a la de los griegos– y su extraordinaria continuidad cultural a lo largo de milenios.13 Mi trabajo ayudó a refutar las ideas de un Egipto atrasado y obsesionado con la muerte, y proporcionó un acceso directo a su pensamiento, su historia y su ciencia, más allá de las interpretaciones de fuentes secundarias o los prejuicios de la época.13
9. Egipto por Fin: Un Sueño Realizado (1828-1829)
El sueño de toda mi vida se hizo finalmente realidad. Entre 1828 y 1829, tuve el inmenso privilegio de codirigir, junto al erudito italiano Ippolito Rosellini, una expedición científica franco-toscana a Egipto y Nubia.6 Nuestro objetivo era ambicioso: realizar un estudio sistemático de los monumentos y sus inscripciones, recopilar textos, adquirir artefactos para enriquecer las colecciones de Francia e Italia y, sobre todo, poner a prueba mi sistema de desciframiento sobre el terreno, directamente sobre las piedras milenarias.6
Durante dieciocho intensos meses 1, recorrimos el valle del Nilo. Visitamos los grandiosos templos de Karnak 7, nos maravillamos ante los colosos de Abu Simbel 9 y exploramos las tumbas del Valle de los Reyes.32 Fue una experiencia abrumadora y profundamente conmovedora. Estar allí, frente a aquellos monumentos imponentes, y ser capaz de leer las inscripciones antiguas directamente de la piedra, confirmando la validez de mi sistema en cada nuevo texto, fue la máxima satisfacción intelectual y personal.15 Como alguien dijo más tarde, era el momento en que, después de milenios, alguien podía por fin entender a Egipto «en sus propias palabras».15 Nuestros informes desde Egipto eran seguidos con gran interés en Europa.32
La expedición fue increíblemente fructífera. Reunimos una cantidad ingente de datos, copias de inscripciones, dibujos detallados y numerosos artefactos.1 Todo este material resultaría esencial para el desarrollo futuro de la Egiptología.1 Mis propias notas y bocetos sirvieron de base para obras posteriores, como mis Monuments de l’Égypte et de la Nubie.32 Esta expedición demostró de manera concluyente que el desciframiento no era un mero ejercicio de biblioteca; requería la validación empírica que solo el trabajo de campo podía proporcionar.6 La capacidad de aplicar mi sistema con éxito y coherencia a la vasta gama de monumentos e inscripciones que encontramos en Egipto fue la prueba definitiva de su validez, consolidando su aceptación y subrayando el vínculo indisociable entre el análisis textual y la investigación arqueológica.
10. Últimos Años y Legado Duradero (1830-1832)
Regresé a Francia agotado pero triunfante.1 Los honores continuaron acumulándose. Fui elegido miembro de la prestigiosa Académie des Inscriptions et Belles-Lettres.6 En marzo de 1831, se creó especialmente para mí una cátedra de Historia y Arqueología Egipcia en el Collège de France, un reconocimiento supremo a mi labor.1
Sin embargo, el precio de esta dedicación absoluta había sido muy alto. Años de trabajo incesante, las constantes preocupaciones económicas, el estrés político y, sin duda, el esfuerzo físico de la expedición a Egipto habían minado irreversiblemente mi salud.1 Mis dolencias crónicas se agudizaron 5 y me encontraba profundamente exhausto.32
Consciente de que mis fuerzas flaqueaban, renuncié a mi cátedra poco después de mi nombramiento para dedicar la energía que me quedaba a completar mis obras magnas: la Grammaire égyptienne y el Dictionnaire égyptien hiéroglyphique.1 Eran tareas monumentales, destinadas a consolidar todo el conocimiento adquirido durante mi vida y a proporcionar las herramientas esenciales para que las futuras generaciones de egiptólogos pudieran continuar la exploración de aquel vasto universo.1
La muerte me alcanzó demasiado pronto. Sufrí un derrame cerebral y fallecí en París el 4 de marzo de 1832, a la temprana edad de 41 años.11 Fue mi fiel hermano, Jacques-Joseph, mi apoyo constante, quien se aseguró de que mi Gramática y mi Diccionario fueran publicados póstumamente, sellando así mi legado.8 Descanso en el cementerio de Père Lachaise.32 Mi contribución, sin embargo, fue más allá de simplemente «descifrar el código». Establecí el marco conceptual, proporcioné las herramientas fundamentales (gramática, diccionario) y ayudé a crear las bases institucionales (la colección del Louvre, la cátedra del Collège de France) para que la Egiptología pudiera nacer y desarrollarse como una disciplina científica rigurosa.5 Mi legado no es solo la llave, sino también el mapa y la brújula para explorar el territorio que esa llave abrió.
11. Conclusión: La Voz del Antiguo Egipto
Mi vida fue un viaje extraordinario, desde aquel niño de Figeac fascinado por las lenguas hasta el hombre que tuvo el privilegio de devolver la voz a una civilización que había enmudecido durante siglos. Fue una travesía impulsada por una pasión irrefrenable, por la perseverancia frente a innumerables obstáculos y por la creencia profunda en las conexiones que el lenguaje puede tejer a través del tiempo.
Devolver a Egipto su propia historia, escrita en sus propias palabras 13, fue la fuerza motriz de mi existencia. La capacidad de leer sus textos transformó radicalmente nuestra comprensión de la historia humana, revelando la profundidad, la complejidad y la asombrosa continuidad de una de las civilizaciones fundacionales de nuestro mundo.13
Aunque logré forzar la cerradura de aquel cofre milenario, el estudio de Egipto sigue siendo un océano vasto y profundo. Mi trabajo fue solo la llave; incontables textos, historias y secretos aún esperan ser comprendidos en su totalidad, ofreciendo perspectivas inagotables sobre el pasado humano y, quizás, lecciones para nuestro futuro.32 La lengua a la que devolví la vida, la lengua de mis queridos Amenhotep, Seth, Ramesses y Thutmosis 19, sigue hablando a través de los milenios, esperando a aquellos que deseen escucharla.
Obras citadas
- Jean François Champollion y la piedra de rosetta – YouTube, fecha de acceso: mayo 3, 2025, https://www.youtube.com/watch?v=YwzNgzK1HGs
- Jean-François Champollion (1790-1832) – Histoire de la médecine – Articles du docteur Xavier Riaud., fecha de acceso: mayo 3, 2025, http://www.histoire-medecine.fr/articles-histoire-de-la-medecine-jean-francois-champollion.php
- Jean-François Champollion – Wikipédia, fecha de acceso: mayo 3, 2025, https://fr.wikipedia.org/wiki/Jean-Fran%C3%A7ois_Champollion
- How did Champollion decipher the Rosetta Stone and ancient …, fecha de acceso: mayo 3, 2025, https://artjourneyparis.com/blog/champollion-decipherment-ancient-egyptian-hieroglyphs.html
- Jean-François Champollion – Wikipedia, fecha de acceso: mayo 3, 2025, https://en.wikipedia.org/wiki/Jean-Fran%C3%A7ois_Champollion
- UNIVERSIDADE FEDERAL DO PARANÁ JESSICA CABRAL HISTÓRIA, FILOLOGIA E ARQUEOLOGIA: A TRAJETÓRIA DE JEAN-FRANÇOIS CHAMPOLLION A, fecha de acceso: mayo 3, 2025, https://siga.ufpr.br/siga/visitante/trabalhoConclusaoWS?idpessoal=75757&idprograma=40001016009P0&anobase=2020&idtc=166
- Jean-François Champollion y la piedra Rosetta – Pasajes de la Historia por Juan Antonio Cebrián – Podcast en iVoox, fecha de acceso: mayo 3, 2025, https://www.ivoox.com/en/jean-francois-champollion-piedra-rosetta-audios-mp3_rf_576601_1.html
- Gallery of Philologists | Jean-François Champollion, fecha de acceso: mayo 3, 2025, https://www.umass.edu/wsp/method/philology/gallery/champollion.html
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