I. Introducción: El Amanecer de la Guerra Química en Ypres
A principios de 1915, la Primera Guerra Mundial se había hundido en un sangriento estancamiento en el Frente Occidental. Líneas de trincheras fortificadas, erizadas de alambre de púas y defendidas por ametralladoras y artillería pesada, se extendían desde Suiza hasta el Mar del Norte, haciendo que cualquier intento de avance fuera extremadamente costoso en vidas humanas y rara vez decisivo. El movimiento había desaparecido del campo de batalla, reemplazado por una guerra de desgaste brutal y estática. Ante esta parálisis táctica, ambos bandos buscaban desesperadamente nuevas armas o estrategias que pudieran romper el punto muerto y devolver la movilidad a la guerra. Ya se habían realizado intentos preliminares con agentes químicos, como el uso francés de granadas lacrimógenas en 1914 y los experimentos alemanes con irritantes en proyectiles de artillería, pero estos habían resultado en gran medida ineficaces y no habían tenido un impacto táctico significativo. Precisamente la falta de éxito de estos primeros y limitados usos de gases irritantes pudo haber contribuido a que los mandos aliados subestimaran las advertencias sobre un ataque químico a gran escala en Ypres.1 A pesar de recibir informes de inteligencia sobre la acumulación de extraños cilindros en las trincheras alemanas e incluso testimonios de desertores, es posible que la información no se tomara con la debida seriedad o no se comunicara eficazmente a las tropas, quizás descartada como otro experimento químico destinado al fracaso.
El escenario de este nuevo y terrible capítulo de la guerra sería el Saliente de Ypres, una protuberancia significativa del frente aliado que penetraba en las líneas alemanas en la región belga de Flandes. Ypres, la última ciudad belga importante en manos aliadas, tenía una importancia estratégica considerable para proteger los puertos del Canal de la Mancha. Sin embargo, tácticamente, el saliente era una posición extremadamente vulnerable. Los alemanes ocupaban el terreno elevado circundante, lo que les permitía bombardear las trincheras aliadas desde el norte, el este y el sur. La zona ya había sido testigo de combates feroces durante la Primera Batalla de Ypres en 1914, ganándose una reputación siniestra entre los soldados.
Fue en este contexto que el Alto Mando alemán, aunque concentrando su esfuerzo principal en el Frente Oriental contra Rusia en 1915, decidió lanzar una ofensiva limitada en Ypres en abril. La operación tenía un doble propósito: actuar como una maniobra de distracción para encubrir el traslado de tropas al este para la ofensiva de Gorlice-Tarnów y, crucialmente, servir como prueba de campo a gran escala para una nueva arma: el gas cloro. El principal impulsor de esta arma química fue el influyente químico alemán Fritz Haber, quien había abogado por su uso y supervisó personalmente su desarrollo y despliegue inicial. A pesar del entusiasmo de Haber, existía un considerable escepticismo dentro del propio Alto Mando alemán sobre la viabilidad y la ética de la guerra química. El ataque fue visto por muchos como un experimento, quizás incluso una excentricidad. Finalmente, se seleccionó el sector del 4º Ejército alemán, comandado por el Duque Alberto de Württemberg, para llevar a cabo la prueba. Esta naturaleza experimental del ataque y las dudas internas en el mando alemán tendrían consecuencias imprevistas. La planificación limitada de la ofensiva y la propia cautela de las tropas alemanas ante la nueva arma, combinadas con la sorpresa ante la devastadora efectividad del gas, llevarían a una notable vacilación alemana para explotar plenamente el éxito táctico inicial que el cloro les brindaría.2
II. El Ataque del 22 de Abril de 1915: Una «Nube Verdosa-Amarillenta»
El 22 de abril de 1915, alrededor de las 5:00 p.m., la guerra cambió irrevocablemente.4 Tras un intenso bombardeo de artillería preparatorio sobre Ypres y sus alrededores, las tropas alemanas del 4º Ejército abrieron las válvulas de miles de cilindros de acero que habían sido cuidadosamente instalados y enterrados en sus trincheras de primera línea durante las semanas anteriores.1 Estos cilindros, que sumaban entre 5.700 y más de 6.000 unidades 1, contenían cloro licuado a presión. La liberación del gas dependía críticamente de las condiciones meteorológicas; los alemanes habían esperado durante semanas a que el viento soplara en la dirección correcta. Ese día, una suave brisa del noreste 6 fue considerada favorable por los meteorólogos militares encargados de dar la orden.1 Al abrir las válvulas, el cloro líquido se evaporó rápidamente, aunque existía el riesgo de que las válvulas se congelaran durante el proceso. Entre 150 y 171 toneladas (o incluso casi 200 toneladas según algunas fuentes) de gas cloro 1 fueron liberadas a lo largo de un frente de 6 a 7 kilómetros (aproximadamente 4 millas).1 El objetivo era el lado norte del saliente, específicamente el sector entre Langemark y Gravenstafel/Poelcappelle.4 Los soldados aliados en las trincheras opuestas observaron con horror cómo una densa nube de un color amarillo verdoso 1, más pesada que el aire y que se mantenía baja sobre el terreno 4, avanzaba lentamente hacia ellos, impulsada por el viento.
Las tropas que recibieron el impacto directo de esta nube tóxica pertenecían a las divisiones francesas 87ª Territorial (compuesta por reservistas mayores) y 45ª de Infantería (que incluía unidades coloniales de Argelia y Marruecos).1 Estas unidades estaban completamente desprevenidas y carecían de cualquier tipo de protección específica contra el gas.1 La decisión de lanzar este primer ataque a gran escala con un arma nueva y potencialmente ilegal (en contravención de las Convenciones de La Haya) precisamente contra tropas coloniales es significativa. Si bien factores pragmáticos como la disposición del comandante local y las condiciones del viento influyeron en la elección del sector, no se puede descartar la interpretación, sugerida por algunas fuentes, de que existiera un cálculo implícito de que el uso de esta arma contra soldados no europeos provocaría menor indignación internacional o represalias, o que reflejara una jerarquía racial internalizada que consideraba a estas tropas como un objetivo más aceptable para una experimentación tan brutal.
Los efectos físicos del cloro sobre los soldados expuestos fueron inmediatos y atroces. El cloro es un potente irritante y asfixiante.4 Al entrar en contacto con la humedad de los pulmones, los ojos y las vías respiratorias, reacciona formando ácido clorhídrico, que literalmente disuelve los tejidos. Los testimonios describen un sufrimiento indescriptible: un dolor agudo en el pecho, sensación de quemazón en la garganta, tos violenta e incontrolable, dificultad extrema para respirar comparada con ahogarse en seco, vómitos, expectoración de sangre o una espuma verdosa, ceguera temporal, ojos llorosos y doloridos, y un sabor metálico en la boca.1 El Coronel Henri Mordacq describió a los hombres «corriendo como locos, sin dirección, gritando pidiendo agua, escupiendo sangre, algunos incluso rodando por el suelo haciendo esfuerzos desesperados por respirar».4 El Capitán Alfred Oliver Pollard habló de hombres «con espuma en sus labios agonizantes». El Sargento Lance Elmer Cotton relató la sensación de «inundación de los pulmones», un dolor «como filo de cuchillo» y una sed terrible, donde beber agua significaba la muerte instantánea.4 Los cadáveres, según los testigos, adquirían rápidamente una coloración oscura o negro-verdosa.4 Las estimaciones iniciales de bajas fueron terribles: entre 800 y 1.400 muertos en cuestión de minutos, y varios miles más de heridos (alrededor de 4.000).1 Se calcula que unos 10.000 soldados se vieron afectados directamente a lo largo de la línea del frente.3
El impacto psicológico de la nube de gas fue tan devastador como sus efectos físicos. La naturaleza sin precedentes del ataque, la visión aterradora de la nube verdosa avanzando inexorablemente y los síntomas agónicos provocaron un pánico masivo, terror y confusión generalizada entre las tropas francesas y argelinas.1 Las descripciones hablan de una «turba despavorida» 8, de hombres «aturdidos» 3 y «completamente desconcertados».6 Las unidades se desintegraron. Los soldados rompieron filas, abandonaron sus posiciones, armas y piezas de artillería, y huyeron en todas direcciones, «sin rumbo».1 El soldado W. Hay describió la carretera hacia Ypres obstruida por refugiados civiles y soldados «en un estado terrible». La magnitud del pánico y la completa desorganización de divisiones enteras 2 demuestran que el miedo y la novedad del arma actuaron como un multiplicador táctico. El terror sembrado por el gas causó una ruptura mucho mayor y más rápida en el frente de lo que cabría esperar de un bombardeo convencional de intensidad similar, superando el impacto puramente físico de las bajas iniciales.
El resultado táctico inmediato fue una enorme brecha, de entre 6 y 7 kilómetros de ancho (4 millas), abierta en la línea aliada.1 La defensa francesa se había derrumbado, dejando el camino hacia Ypres prácticamente despejado.5 La infantería alemana avanzó detrás de la nube de gas, utilizando protecciones rudimentarias como almohadillas de algodón empapadas en una solución de tiosulfato de sodio.4 Ocuparon las trincheras abandonadas y las aldeas de Langemark y Pilkem, capturando unos 2.000 prisioneros y 51 piezas de artillería.3 Sin embargo, la explotación de esta brecha fue sorprendentemente limitada. Los alemanes avanzaron con cautela, sólo unos 2 o 3 kilómetros, y luego, en lugar de continuar hacia Ypres, se detuvieron y comenzaron a cavar nuevas posiciones defensivas.3 Varias razones explican esta falta de aprovechamiento: los objetivos limitados de la ofensiva, concebida principalmente como una diversión; la falta de reservas adecuadas para sostener un avance profundo 3; la propia cautela o incluso el miedo de las tropas alemanas ante el gas, para el que tampoco tenían una protección totalmente fiable 4; la sorpresa ante la propia eficacia del arma, que pudo generar indecisión en el mando 2; y la llegada del anochecer. Mientras tanto, las tropas canadienses situadas en el flanco sur de la brecha intentaron desesperadamente contener el avance alemán y cerrar el hueco, lanzando contraataques costosos, como el de Kitcheners’ Wood. Ellos mismos sufrirían un ataque directo con gas dos días después, el 24 de abril, resistiendo tenazmente a pesar de las terribles pérdidas.4 Tras semanas de intensos combates, con sucesivos ataques y contraataques por ambos bandos, los aliados lograron estabilizar una nueva línea defensiva, pero el saliente se había reducido considerablemente y se había perdido terreno elevado tácticamente importante.3 La Segunda Batalla de Ypres terminó el 25 de mayo con ganancias territoriales alemanas limitadas y enormes bajas para ambos contendientes.6 Aunque no se logró una ruptura estratégica decisiva, la principal y ominosa consecuencia de la batalla fue la introducción a gran escala de la guerra química en el Frente Occidental.
III. La Carrera por la Protección: De los Pañuelos a los Respiradores
El ataque con cloro del 22 de abril de 1915 dejó a las tropas aliadas en un estado de shock y vulnerabilidad total. Sin ninguna protección formal contra esta nueva arma, la respuesta inicial fue una lucha desesperada e improvisada por la supervivencia. Los soldados recurrieron instintivamente a cubrirse la boca y la nariz con lo que tuvieran a mano: pañuelos, trapos, trozos de tela, vendas o incluso calcetines, humedeciéndolos en agua siempre que fuera posible.8 Se extendió la creencia, basada en conocimientos químicos rudimentarios, de que la orina podía ofrecer cierta protección debido a la reacción del cloro con la urea, llevando al infame recurso de empapar paños en orina. Casi inmediatamente después del primer ataque, las autoridades militares comenzaron a distribuir protecciones básicas: almohadillas simples de algodón o gasa, a veces para ser empapadas en una solución de bicarbonato de sodio guardada en cubos, junto con gafas protectoras sencillas, como las de automovilista, para proteger los ojos. En Gran Bretaña, incluso periódicos como el Daily Mail lanzaron campañas para que las mujeres fabricaran estas almohadillas en casa. Sin embargo, estas medidas improvisadas eran lamentablemente inadecuadas. Resultaba difícil respirar a través de ellas, ofrecían una protección mínima y se desprendían fácilmente en el caos del combate.
El primer intento formal de proporcionar una protección estandarizada fue el desarrollo del Casco Hypo (Hypo Helmet), oficialmente conocido como Capucha Antihumo Británica (British Smoke Hood). Diseñado en mayo de 1915 por el médico canadiense Cluny Macpherson, capitán del Regimiento de Terranova, quien se inspiró al ver a un soldado alemán cubrirse la cabeza con una bolsa tras un ataque de gas, fue adoptado por el ejército británico en junio de 1915. Consistía en una simple capucha de franela (generalmente de color caqui, aunque se usaron otros materiales) impregnada con una solución química protectora (principalmente tiosulfato de sodio, conocido antiguamente como «hiposulfito» o «hypo», de ahí el nombre, junto con bicarbonato de sodio o sosa y glicerina para mantener la humedad). La capucha se colocaba sobre la cabeza y se metía por debajo del cuello de la guerrera para intentar sellar la entrada de gas. Tenía un único visor rectangular de mica transparente. El Casco Hypo ofrecía cierta protección contra el cloro, con una duración estimada de hasta tres horas. Sin embargo, presentaba graves inconvenientes: el visor de mica se empañaba con facilidad y era propenso a agrietarse, inutilizando la máscara; la capucha era calurosa y sofocante; los productos químicos podían irritar la piel y los ojos del usuario; y su eficacia era limitada frente a concentraciones elevadas de cloro o contra otros tipos de gases. Aunque supuso un avance psicológico al mostrar a las tropas que se estaba haciendo algo por protegerlas, su valor práctico era limitado.
La aparición de gases más letales, como el fosgeno, a finales de 1915, hizo imperativo mejorar la protección. La respuesta británica fue el desarrollo de los Cascos P y PH, también conocidos como Casco de Tubo (Tube Helmet). El Casco P (Phenate) se introdujo en julio de 1915, seguido por el Casco PH (Phenate Hexamine) en enero de 1916. Aunque seguían siendo capuchas que cubrían toda la cabeza, incorporaban mejoras significativas. Estaban fabricados con una doble capa de tejido (franela, lino o algodón) y sustituían el único visor de mica por dos oculares separados de vidrio o mica, más resistentes y que ofrecían mejor visión. La innovación crucial fue la adición de una válvula de exhalación conectada a un tubo metálico que el soldado sostenía en la boca. Esto permitía expulsar el aire exhalado directamente al exterior, evitando la acumulación de dióxido de carbono dentro de la capucha y asegurando que sólo el aire inhalado pasara a través del tejido impregnado. Químicamente, el Casco P estaba tratado con fenolato de sodio y glicerina, ofreciendo protección contra cloro y fosgeno. El Casco PH añadía hexametilentetramina a la mezcla, lo que mejoraba significativamente la protección contra el fosgeno y añadía defensa contra el ácido cianhídrico. A pesar de estas mejoras, seguían siendo capuchas calurosas e incómodas, el tubo bucal era desagradable y no ofrecían protección contra agentes vesicantes como el gas mostaza ni una defensa eficaz contra gases lacrimógenos (en el caso del P). Se fabricaron millones de estos cascos (9 millones de P, 14 millones de PH) y fueron ampliamente utilizados en batallas como la del Somme, aunque finalmente fueron relegados a un papel secundario o de reserva a medida que aparecían diseños superiores.
El avance decisivo en la protección antigás durante la guerra fue el Respirador de Caja Pequeña (Small Box Respirator o SBR). Desarrollado por un equipo dirigido por el Teniente Coronel Edward Frank Harrison, tras experimentar con un modelo más voluminoso llamado Respirador de Caja Grande (Large Box Respirator o LBR), el SBR comenzó a introducirse a finales de 1916 y se convirtió en el equipo estándar para las tropas británicas y del Imperio en la primavera de 1917. El SBR representó un cambio fundamental en el diseño. En lugar de una capucha impregnada, utilizaba un sistema de dos partes: una máscara facial de tejido engomado que se ajustaba relativamente bien a la cara, con oculares, una pinza nasal y una boquilla interna, conectada mediante un tubo flexible corrugado a un filtro separado contenido en una caja metálica (la «caja pequeña»). Esta caja, que contenía capas de materiales absorbentes como carbón activado y gránulos químicos (cal sodada), se llevaba en una bolsa de lona sobre el pecho o la espalda. El aire inhalado pasaba primero por el filtro de la caja, donde se purificaba, y luego llegaba limpio a la máscara a través del tubo. Este diseño ofrecía una protección mucho mayor contra el cloro, el fosgeno y otros irritantes pulmonares gracias a la eficacia superior del filtro. Se considera la máscara aliada más eficaz de la guerra y redujo significativamente las muertes por gas. Fue adoptada también por las fuerzas estadounidenses. Sin embargo, el SBR no estaba exento de problemas: la pinza nasal y la boquilla eran incómodas, dificultaba la respiración durante el esfuerzo físico, los oculares seguían siendo propensos a empañarse, el tubo corrugado era vulnerable a daños que podían comprometer el sellado, y requería un ajuste cuidadoso y entrenamiento constante para ser eficaz. Crucialmente, al igual que sus predecesores, no ofrecía ninguna protección contra la exposición de la piel a agentes vesicantes como el gas mostaza.
La rápida sucesión de estos diseños -desde las almohadillas improvisadas en abril de 1915, pasando por el Casco Hypo en el verano de 1915, los Cascos P/PH a finales de 1915 y principios de 1916, hasta el SBR a finales de 1916- ilustra un ciclo intenso y reactivo de desarrollo tecnológico. Cada nuevo modelo intentaba corregir las deficiencias del anterior, mientras que la introducción de nuevos y más mortíferos gases por parte del enemigo obligaba a una continua adaptación defensiva. Esta carrera armamentística química y defensiva se convirtió en una característica definitoria y aterradora del Frente Occidental.
Tabla 1: Cronología del Desarrollo de Máscaras Antigás Británicas en la PGM
Fecha/Periodo | Tipo de Máscara | Características Clave | Protección Principal Contra | Limitaciones Principales |
Abril 1915 | Almohadillas/Paños Improvisados | Tela (algodón, gasa) humedecida (agua, orina, bicarbonato) sobre boca/nariz, gafas simples | Cloro (muy limitada) | Difícil respirar, protección mínima, inseguras, sin protección ocular fiable |
Mayo 1915 | Respirador Black Veil | Almohadilla de algodón empapada en solución (hipo, sosa, glicerina) sujeta con velo negro | Cloro (limitada) | Frágil, requería entrenamiento, inmovilizaba, ajuste deficiente |
Verano 1915 | Casco Hypo (Smoke Hood) | Capucha franela impregnada (hipo, sosa, glicerina), visor único mica, bajo guerrera | Cloro | Visor se empañaba/rompía, calurosa, irritante, ineficaz vs. alta concentración/otros gases |
Julio 1915 | Casco P (Tube Helmet) | Capucha doble capa, 2 oculares (vidrio/mica), válvula exhalación con tubo bucal | Cloro, Fosgeno | Sin protección vs. lacrimógenos, incómoda, tubo bucal desagradable |
Enero 1916 | Casco PH (Tube Helmet) | Diseño como Casco P, pero con hexametilentetramina añadida a la solución química | Cloro, Fosgeno, Ácido Cianhídrico | Sin protección vs. lacrimógenos/mostaza, incómoda |
Finales 1916 / 1917 | Respirador Caja Pequeña (SBR) | Máscara facial ajustada (goma/tela), tubo corrugado, filtro separado en caja (carbón/químicos) | Cloro, Fosgeno, otros irritantes pulmonares | Incómoda (pinza nasal), oculares se empañaban, tubo vulnerable, sin protección cutánea |
Fuentes: S3, S4, S5, S6, S11, S16, S18, S25, S27, S29, S32, S34, S36, S37, S38, S39, S40, S44-S61, S63-S65, S67, S68, S70-S85,.8
IV. Escalada: Nuevos Gases para Derrotar la Máscara
La introducción de máscaras de gas cada vez más eficaces, como los cascos P/PH y especialmente el SBR, obligó a los estrategas militares, principalmente alemanes, a buscar nuevos agentes químicos que pudieran superar estas defensas. La escalada química continuó, centrándose no sólo en atacar los pulmones, sino también en encontrar formas más insidiosas de incapacitar o matar, o en atacar partes del cuerpo que la máscara no protegía.
El primer paso significativo en esta escalada fue el fosgeno (dicloruro de carbonilo). Introducido por los alemanes, probablemente en diciembre de 1915 cerca de Ypres, su llegada fue incluso anticipada por la inteligencia británica. El fosgeno representaba una amenaza mucho más peligrosa que el cloro por varias razones. Era un gas incoloro, con un olor característico a «heno mohoso» que a menudo era demasiado débil para ser detectado en concentraciones peligrosas. Era considerablemente más tóxico que el cloro, estimándose unas seis veces más letal, y también más denso que el aire. Su principal mecanismo de acción era como un agente pulmonar, pero su verdadero peligro residía en su efecto retardado. A diferencia del cloro, que causaba irritación y dolor inmediatos, el fosgeno a menudo producía pocos síntomas iniciales más allá de una leve irritación o tos. Sin embargo, horas o incluso hasta 48 horas después de la exposición, el gas reaccionaba con las proteínas en los alvéolos pulmonares, causando un edema pulmonar masivo (acumulación de líquido en los pulmones) que conducía a una muerte agónica por asfixia. Esta naturaleza insidiosa lo convertía en un arma especialmente temible. Los soldados podían recibir una dosis fatal sin darse cuenta del peligro inmediato, quizás quitándose la máscara demasiado pronto o continuando en una zona contaminada. El fosgeno fue responsable de la gran mayoría de las muertes por gas en la Primera Guerra Mundial, estimándose hasta un 85% del total. Se desplegó inicialmente en cilindros, a menudo mezclado con cloro para ayudar a su dispersión (la mezcla se conocía como «estrella blanca»), y más tarde en proyectiles de artillería. Fue utilizado por ambos bandos. El desarrollo de los cascos P y PH fue una respuesta directa a la amenaza del fosgeno, y el SBR ofrecía una protección aún mejor. Sin embargo, la capacidad del fosgeno para matar de forma retardada y sigilosa representó una escalada significativa, explotando las limitaciones no sólo de las primeras máscaras sino también de la percepción del riesgo por parte de los soldados. El terror ya no era sólo el de una agonía inmediata, sino el de una muerte insidiosa que podía llegar horas después de la aparente calma.
La siguiente gran escalada, y quizás la más infame, fue la introducción del gas mostaza (sulfuro de dicloroetilo), también conocido como Yperita por su primer uso a gran escala cerca de Ypres en julio de 1917 por parte de los alemanes. Los alemanes lo codificaron como «Cruz Amarilla» (Gelbkreuz). El gas mostaza no es realmente un gas a temperaturas normales, sino un líquido aceitoso. En su forma impura, utilizada en la guerra, tenía un color amarillento o marrón y un olor característico descrito como a ajo, mostaza, rábano picante o incluso caballos muertos. Era más pesado que el aire y tendía a acumularse en zonas bajas como cráteres de obús y trincheras. Su propiedad más definitoria y peligrosa era su persistencia. A diferencia del cloro y el fosgeno, que se disipaban relativamente rápido, el gas mostaza se evaporaba lentamente, contaminando el suelo, el equipo y la ropa durante días o incluso semanas, especialmente en climas fríos. Además, era liposoluble, lo que le permitía penetrar fácilmente la ropa y la piel.
El gas mostaza era principalmente un agente vesicante, es decir, causaba ampollas. Sus efectos eran retardados, apareciendo horas después de la exposición. Provocaba quemaduras químicas graves en cualquier tejido con el que entrara en contacto. La piel desarrollaba enrojecimiento (eritema), picor intenso y, finalmente, grandes ampollas llenas de líquido amarillento, especialmente en zonas húmedas como axilas e ingles. Los ojos eran extremadamente sensibles, sufriendo dolor intenso, hinchazón de los párpados, lagrimeo y ceguera temporal o incluso permanente. La inhalación dañaba gravemente las vías respiratorias, causando dolor, tos, dificultad para respirar y, en casos graves, neumonía o edema pulmonar. Aunque la tasa de mortalidad inmediata por gas mostaza era relativamente baja (entre el 2% y el 5% de los casos tratados), su capacidad para causar bajas masivas era enorme. Las quemaduras eran dolorosas, de curación lenta y propensas a la infección, requiriendo cuidados médicos intensivos y prolongados, lo que colapsaba los sistemas de evacuación y hospitalización. Los supervivientes a menudo sufrían secuelas permanentes: cicatrices desfigurantes, problemas respiratorios crónicos (bronquitis, enfisema, asma), daños oculares persistentes y un mayor riesgo de desarrollar cáncer a largo plazo. El impacto psicológico también era inmenso.
La verdadera revolución táctica del gas mostaza fue que derrotaba a las máscaras de gas existentes. Al atacar la piel, tanto expuesta como cubierta (penetraba la ropa de lana estándar), inutilizaba la protección centrada únicamente en las vías respiratorias. La única defensa completa requería trajes protectores impermeables, que eran pesados, incómodos y limitaban enormemente la movilidad y la capacidad de combate. Además, su persistencia significaba que los soldados podían resultar heridos mucho después de un ataque, simplemente al entrar en una zona contaminada, refugiarse en un cráter de obús o manipular equipo afectado. El gas mostaza se desplegaba principalmente mediante proyectiles de artillería. Su uso táctico se orientó hacia la negación de áreas (hacer que el terreno fuera intransitable o peligroso), el fuego de hostigamiento para desgastar al enemigo y minar su moral, y la producción masiva de bajas debilitantes que sobrecargaran la logística y los servicios médicos del adversario, más que a buscar la muerte inmediata o una ruptura rápida del frente. El gas mostaza cambió fundamentalmente la guerra química, extendiendo la amenaza a todo el cuerpo del soldado y a su entorno, y convirtiéndola en una herramienta de desgaste y contaminación persistente, alejándose del modelo de asalto frontal rápido asociado al cloro y al fosgeno. Atacaba la retaguardia, las rutas de suministro y las áreas de descanso tanto como la primera línea, multiplicando su impacto logístico y psicológico.
Tabla 2: Comparación de los Principales Agentes Químicos de la PGM
Agente | Año Intro. | Tipo | Propiedades (Aspecto, Olor, Persistencia) | Efectos Clave (Fisiológicos, Psicológicos) | Desafíos Protección (Máscara, Piel) |
Cloro | 1915 | Asfixiante | Gas amarillo-verdoso, olor picante (lejía/piña y pimienta), no persistente 4 | Irritación severa pulmones/ojos, asfixia, tos, dolor pecho, pánico inmediato 4 | Máscaras iniciales ineficaces, SBR efectivo. Sin efecto cutáneo significativo |
Fosgeno | 1915 | Asfixiante | Gas incoloro, olor sutil (heno mohoso), poco persistente | Edema pulmonar retardado (hasta 48h), asfixia, tos leve inicial, sigiloso, alta letalidad | Requiere buena máscara (P/PH/SBR), detección difícil. Sin efecto cutáneo significativo |
Gas Mostaza (Yperita) | 1917 | Vesicante | Líquido aceitoso (amarillo/marrón impuro), olor (ajo/mostaza), muy persistente (días/semanas) | Ampollas graves piel, daño ocular (ceguera), daño respiratorio, efectos retardados, baja mortalidad inmediata pero alta morbilidad, terror | Máscaras no protegen la piel, requiere ropa protectora completa, persistencia contamina áreas |
Fuentes: S2, S5, S6, S7, S10-S13, S16-S18, S21-S23, S26, S33, S40, S41, S53, S56, S57, S58, S60, S65, S66, S70, S79, S86-S109,.4
V. Conclusión: La Sombra Persistente de Ypres
El ataque con gas cloro del 22 de abril de 1915 en Ypres marcó un punto de inflexión brutal en la historia de la guerra.4 Aunque tácticamente el éxito alemán fue limitado por su propia indecisión y falta de preparación para explotar la brecha creada 2, el impacto psicológico y estratégico fue inmenso. Ese día se desató sobre el mundo la guerra química a gran escala, añadiendo una nueva y espantosa dimensión al ya de por sí terrible conflicto.
A lo largo de los siguientes años, la guerra química se convirtió en una característica omnipresente y temida del Frente Occidental. Aunque nunca resultó ser el arma decisiva que sus defensores esperaban para romper el estancamiento, su uso infligió un sufrimiento atroz y dejó una profunda cicatriz psicológica en toda una generación de soldados. La amenaza invisible y silenciosa del gas, capaz de penetrar en las trincheras y refugios, y de causar muertes dolorosas y a menudo retardadas, generó un nivel de miedo y ansiedad que a veces superaba al de las armas convencionales.
El coste humano de esta nueva forma de guerra fue terrible. Se estima que durante la Primera Guerra Mundial hubo alrededor de 1,3 millones de bajas causadas por agentes químicos, con entre 90.000 y 100.000 muertes. Más allá de las muertes, cientos de miles de supervivientes quedaron con secuelas de por vida: daños pulmonares crónicos, problemas oculares persistentes, cicatrices físicas y psicológicas, y un mayor riesgo de desarrollar ciertos tipos de cáncer.
El horror de Ypres y la subsiguiente escalada química violaron flagrantemente los acuerdos internacionales preexistentes, como las Convenciones de La Haya, y condujeron a esfuerzos posteriores para prohibir el uso de estas armas, culminando en el Protocolo de Ginebra de 1925 y, mucho más tarde, en la Convención sobre Armas Químicas. Sin embargo, la sombra de Ypres es larga, y la amenaza de las armas químicas ha persistido, resurgiendo en conflictos posteriores.
En retrospectiva, la historia de la guerra química iniciada en Ypres no es sólo la crónica de una nueva tecnología militar. Es un ejemplo escalofriante de la interacción dinámica y aterradora entre la innovación ofensiva, la adaptación defensiva, la movilización industrial a gran escala, el profundo impacto psicológico en los combatientes y la erosión de las barreras éticas bajo la presión implacable de la guerra total. El experimento alemán en Ypres, nacido de la desesperación táctica y el escepticismo inicial, desató fuerzas que cambiaron la naturaleza del conflicto y dejaron un legado tóxico que aún perdura en el siglo XXI.
Obras citadas
- Chemical Warfare and Medical Response During World War I – PMC – PubMed Central, fecha de acceso: mayo 5, 2025, https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC2376985/
- Second Battle of Ypres begins | April 22, 1915 | HISTORY, fecha de acceso: mayo 5, 2025, https://www.history.com/this-day-in-history/second-battle-of-ypres-begins
- Battles – The Second Battle of Ypres, 1915 – First World War.com, fecha de acceso: mayo 5, 2025, https://www.firstworldwar.com/battles/ypres2.htm
- Second Battle of Ypres – Wikipedia, fecha de acceso: mayo 5, 2025, https://en.wikipedia.org/wiki/Second_Battle_of_Ypres
- Second Battle of Ypres | Facts, History, & Outcome | Britannica, fecha de acceso: mayo 5, 2025, https://www.britannica.com/event/Second-Battle-of-Ypres
- Ypres 1915 – Veterans Affairs Canada, fecha de acceso: mayo 5, 2025, https://www.veterans.gc.ca/en/remembrance/wars-and-conflicts/first-world-war/battle-of-ypres
- World War 1: Second Battle of Ypres 22 April – 25 May 1915, fecha de acceso: mayo 5, 2025, https://www.iwm.org.uk/history/what-you-need-to-know-about-the-second-battle-of-ypres
- First Usage of Poison Gas | National WWI Museum and Memorial, fecha de acceso: mayo 5, 2025, https://www.theworldwar.org/learn/about-wwi/spotlight-first-usage-poison-gas
- PH helmet – Wikipedia, fecha de acceso: mayo 5, 2025, https://en.wikipedia.org/wiki/PH_helmet
- WW1 British Army Gas Mask PH Hood/P Helmet – Soldier of Fortune, fecha de acceso: mayo 5, 2025, https://www.sofmilitary.co.uk/ww1-british-army-gas-mask-ph-hood-p-helmet.html