Imagina que tienes dos monedas mágicas. Estas monedas, una vez que han sido «lanzadas» juntas, quedan conectadas de una forma especial: si en una sale cara, en la otra inevitablemente saldrá cruz, y viceversa. Aunque las separes, incluso llevándolas a extremos opuestos del universo, al observar el resultado de una moneda, ¡instantáneamente conocerás el resultado de la otra!
Esto ilustra, en esencia, el concepto de entrelazamiento cuántico. Dos partículas (como nuestras monedas mágicas) interactúan de tal manera que quedan «conectadas» o entrelazadas. A partir de ese momento, sin importar la distancia que las separe, lo que le sucede a una afecta instantáneamente a la otra.
Un ejemplo de entrelazamiento lo encontramos en los dos electrones que comparten un mismo orbital atómico. El Principio de Exclusión de Pauli establece que deben tener espines opuestos. Así, si medimos el espín de uno y resulta ser «hacia arriba», sabemos con certeza que el espín del otro será «hacia abajo». Lo asombroso es que, incluso si separáramos estos electrones a años luz de distancia, seguirían entrelazados. Al medir el espín de uno, instantáneamente conoceríamos el del otro.
Es importante destacar que el entrelazamiento cuántico, por sí solo, no permite la transmisión de información útil a velocidades superiores a la de la luz. Al medir el espín de un electrón, no podemos controlar en qué estado colapsará; simplemente sabemos que el otro electrón colapsará en el estado opuesto.
El entrelazamiento cuántico, con su conexión instantánea y profunda entre partículas separadas, ha servido de inspiración para una hermosa metáfora que describe la conexión especial que sienten los amantes. Aunque no existe una relación científica directa, la analogía captura la esencia de cómo las parejas pueden sentirse inexplicablemente unidas, incluso a distancia, como si compartieran un destino o un estado entrelazado.