Estimados amigos, les invito a un viaje al infierno, acompáñenme.
En los alrededores de la ciudad de Ypres, durante la Primera Guerra Mundial, el frente de trincheras defendido por los aliados penetraba en la zona dominada por el ejército alemán. Para tomar ese trozo de tierra, asesorados por Fritz Haber, decidieron liberar una importante cantidad de cloro que el viento arrastraría hacia la trinchera aliada. Se enterraron 5700 botellas de cloro presurizado, preparadas por la empresa BASF, a lo largo de 6.5 km de la línea de frente, de cada botella partía un tubo de metal que permitía la dispersión del cloro hacia la trincher aliada, defendida por tropas francesas y argelinas.
El 22 de Abril de 1915, con un viento favorable del nordeste se liberan 168 toneladas de cloro, que cruzan la tierra de nadie en unos pocos minutos asfixiando a las tropas francesas y argelinas.
Owen S. Watkins, reverendo británico, describió la escena con estas palabras: “Soldados franceses se tambalearon ante nosotros, ciegos, tosiendo, con el pecho palpitando, caras de un feo color violeta, labios incapaces de decir nada, llenos de agonía. Lo imposible se había hecho realidad. Fue la cosa más diabólica y cruel que he visto en mi vida”
El ataque abrió una brecha de varios km en las trincheras aliadas, que permitió un pequeño avance a las tropas alemanas, aunque sorprendidas por los efectos del gas no tuvieron capacidad de aprovecharlo. Rápidamente jóvenes soldados canadienses cerraron la brecha a costa de cientos de sus vidas.
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El cloro es un poderoso oxidante y son suficientes unas pocas inhalaciones para causar daños irreversibles en el sistema respiratorio. Las personas que logran sobrevivir arrastrarán secuelas de por vida. En el ataque alemán se habla de más de 1000 muertos y unos 3000 heridos.
Para defenderse del cloro los británicos entregaron a sus tropas almohadillas de algodón empapadas con una solución de bicarbonato de sodio, glicerina y agua. El medio básico del bicarbonato produce la dismutación del cloro en hipoclorito y cloruro, permitiendo al soldado respirar en un ambiente contaminado.
Cl2 + 2NaOH —–> NaOCl +NaCl + H2O
La almohadilla se fijaba a la cara mediante un velo de tul negro, por lo que recibió el nombre de respirador de velo negro (Black veil respirator).
Este primer ataque químico a gran escala abre por un lado la carrera por fabricar sustancias cada vez más tóxicas así como nuevos métodos para dispersarlas, mientras que por otro lado se dedican grandes esfuerzos a la fabricación de respiradores que permitan a los soldados mantener sus posiciones y luchar en ambientes fuertemente contaminados por agentes químicos.
En los dos siguientes años de guerra llegan al campo de batalla el fosgeno y difosgeno unas 10 veces más tóxicos que el cloro. Así como agentes esturnodógenos (difenilcloroarsina y difenilcianoarsina), sustancias que dispersadas en forma de polvo son capaces de penetrar las máscaras antigás provocando estornudos y vómitos para obligar al soldado a quitase la máscara y respirar los gases tóxicos.
También entran en acción los agentes vesicantes, iperita o gas mostaza, sustancia que se une a los grupos amino del ADN provocando la muerte celular, como resultado se generan dolorosas ampollas en la piel, respirada puede producir asfíxia al generar ampollas en el sistema respiratorio.
Para contrarrestar las nuevas armas tóxicas y crean respiradores que cubren toda la cabeza, como el casco hypo, una simple bolsa de franela con un visor de mica impregnada en una solución de tiosulfato sódico, bicarbonato sódico, glicerina y agua. El tiosulfato es un potente agente reductor, capaz de reducir el cloro a cloruro según la reacción:
Cl2 + 2 Na2S2O3 ⇔2 NaCl + Na2S4O6
El casco hypo protege contra el cloro, pero no contra fosgeno y difosgeno. A finales de 1915 llegan los cascos P, en los que la tela se impregna con una solución de fenolato sódico y glicerina capaz de neutralizar tanto cloro como fosgeno.
El oxígeno el fenolato ataca al fosgeno transformándolo en carbonato de difenilo, además el anillo bencénico neutraliza el cloro mediante su halogenación.
En 1916 llegaron máscaras con carbón activado, almacenado en una pequeña caja de metal a través del cual pasaba el aire. El ingleses diseñaron un respirador en el que la máscara y el recipiente que contenía el carbón activo se unían por un tubo corrugado.
Años de actividad incesante en los laboratorios químicos de las potencias beligerantes, mientra en un laboratorio se diseñaban métodos para proteger a los soldados de los compuestos tóxicos en el de al lado se buscaban sustancias cada vez más mortíferas, así cómo formas de dispersarlas mediante obuses.
Después de este feo viaje al infierno de las trincheras gaseadas de la Primera Guerra Mundial, te devuelvo al paraíso, que muchas veces no apreciamos, pero que estamos teniendo la suerte de disfrutar.
Feliz fin de semana, Amigos!!!!!