I. Introducción: ¿Por Qué Preguntar Por Qué?

Desde los albores de la civilización, la gente no se ha contentado con ver los acontecimientos como inconexos e inexplicables. Han anhelado comprender el orden subyacente en el mundo. Hoy todavía anhelamos saber por qué estamos aquí y de dónde venimos.1 Creo que el deseo más profundo de la humanidad por el conocimiento es justificación suficiente para nuestra búsqueda continua. Y nuestro objetivo no es nada menos que una descripción completa del universo en el que vivimos.3 Esta búsqueda ha sido la fuerza motriz de mi vida, un intento de comprender el universo, por qué es como es y por qué existe.5

Nací el 8 de enero de 1942, en Oxford.5 Es un hecho curioso, y quizás una simetría apropiada, que esta fecha fuera exactamente trescientos años después de la muerte de Galileo Galilei, el astrónomo italiano a quien tanto admiro.5 También estaba cerca del tricentenario del nacimiento de otro gigante, Sir Isaac Newton.10 Galileo, a menudo llamado ‘el padre de la astronomía observacional’, fue una de mis inspiraciones.5 Nací durante la Segunda Guerra Mundial; mis padres, el Dr. Frank Hawking, investigador médico especializado en enfermedades tropicales, y Eileen Isobel Hawking, secretaria de investigación médica y graduada de Oxford en una época en que pocas mujeres podían ir a la universidad, habían buscado refugio en Oxford huyendo de los bombardeos alemanes sobre Londres.5 Fui el mayor de cuatro hermanos: Mary, Philippa y nuestro hermano adoptivo, Edward.5

Pasé una infancia feliz, principalmente en Highgate, Londres, y luego en St. Albans, Hertfordshire.5 Asistí a la St. Albans School.9 Confieso que fui un desarrollador tardío y nunca estuve entre los mejores de mi clase; de hecho, en mi primer año estuve entre los últimos.5 Sin embargo, desde muy temprano desarrollé una intensa curiosidad por saber cómo funcionaban las cosas. Más tarde diría: «Si entiendes cómo funciona el universo, lo controlas, en cierto modo».5 Mis compañeros de clase, quizás percibiendo algo que mis maestros pasaron por alto, me apodaron ‘Einstein’.5 Ya en la escuela, especulaba con mis amigos sobre el origen del universo y me preguntaba si Dios lo había creado.5 Construí, junto con varios amigos, una computadora rudimentaria con piezas recicladas, como un viejo conmutador telefónico, para resolver ecuaciones matemáticas básicas.11 También me encantaban los juegos de mesa, e incluso inventé algunos muy complicados con amigos, como juegos de fabricación, de guerra y hasta uno feudal.11 Este espíritu de indagación marcó el rumbo de mi carrera académica. Mi padre, médico, quería que siguiera sus pasos.5 Tenía cierta reserva hacia quienes él percibía que avanzaban por conexiones y no por habilidad, y me advertía contra ellos.7 Pero mi pasión era la ciencia, la física y el cielo.11 Quería sondear las profundidades del universo.5

Es interesante reflexionar sobre cómo las métricas académicas convencionales a veces no logran captar el potencial real. Mientras mis maestros me consideraban un estudiante promedio 5, mis compañeros veían algo más, y mi tiempo libre lo dedicaba a proyectos complejos y autoimpuestos que requerían un pensamiento profundo.11 Esto sugiere que mi tipo de inteligencia florecía con la curiosidad profunda y los sistemas complejos, no necesariamente con el aprendizaje memorístico o los currículos estándar. Mi posterior facilidad con el trabajo universitario 12 quizás confirma que absorbía rápidamente la información compleja cuando estaba motivado, pero me aburría con la rutina escolar. La pasión y la motivación intrínseca, parece, son motores más poderosos que las calificaciones tempranas.

II. Encontrando Mi Camino (y Tropezando): De Oxford a Cambridge

En 1959, a la temprana edad de 17 años, ingresé en el University College de Oxford, el mismo college de mi padre, aunque con cierta reticencia inicial por mi parte.5 Quería estudiar Matemáticas, pero como no estaba disponible allí y mi padre insistía en Medicina, llegamos a un compromiso: Ciencias Naturales, con un enfoque en Física.5 Aunque más tarde afirmé no haber trabajado mucho, quizás solo una hora al día en promedio 11, encontré el trabajo académico «ridículamente fácil».12 Disfruté de la vida social de Oxford; me encantaba bailar y me interesé por el remo, llegando a ser timonel del equipo.11 En 1962, me gradué con honores de primera clase.10 Para ello, tuve que pasar por una ‘viva’, una entrevista oral. Les dije a los examinadores, quizás con algo de descaro juvenil: «Si me otorgan una Primera, iré a Cambridge. Si recibo una Segunda, me quedaré en Oxford, así que espero que me den una Primera».5 Afortunadamente, fueron lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de que estaban hablando con alguien bastante más listo que la mayoría de ellos.18

Sin embargo, hacia el final de mis estudios en Oxford, comencé a notar algunos problemas físicos preocupantes. Ocasionalmente tropezaba y me caía, o arrastraba las palabras al hablar.5 Al principio, no le di mucha importancia o, más bien, guardé estos síntomas para mí.11

Con mi título de primera clase en mano, me trasladé a Cambridge en 1962 para comenzar mi investigación de posgrado en cosmología en Trinity Hall.5 Mi esperanza inicial era estudiar con el gran Fred Hoyle, uno de los proponentes de la teoría del estado estacionario. Me decepcionó un poco saber que mi supervisor sería Dennis Sciama, otro cosmólogo del estado estacionario, pero desconocido para mí en ese momento.5 Sin embargo, con el tiempo, consideré que esta asignación fue una gran suerte.5

La aparente contradicción entre mi supuesta pereza en Oxford –esa famosa «hora de estudio al día» 11– y la obtención de un título de primera clase 5 merece una reflexión. No creo que fuera simple holgazanería. Más bien, apunta a una aptitud extraordinaria para la física que me permitía asimilar conceptos complejos con un estudio convencional mínimo.18 Es posible que mi «estudio» fuera más bien un proceso continuo e informal de pensamiento profundo, en lugar de un compromiso estructurado con los cursos.18 Mi enfoque cambiaría drásticamente más tarde, cuando la conciencia de tener un tiempo limitado agudizó mi concentración de una manera que nunca antes había experimentado.5 Esto demuestra cómo la habilidad innata, combinada con un compromiso profundo aunque poco ortodoxo, puede eludir las medidas tradicionales de esfuerzo académico, y cómo las circunstancias de la vida pueden alterar dramáticamente la ética de trabajo y el enfoque.

III. Un Universo Interior: Diagnóstico y Determinación

Poco después de llegar a Cambridge, en 1963, cuando estaba a punto de cumplir 21 años, mi torpeza física se hizo más evidente.5 Tras una caída, me sometí a una serie de pruebas.5 «Me tomaron una muestra muscular del brazo, me clavaron electrodos e inyectaron un líquido radio-opaco en mi columna vertebral, observando cómo subía y bajaba con rayos X mientras inclinaban la cama», recordé una vez.11 El diagnóstico fue Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), una forma de enfermedad de la neurona motora (ENM), también conocida en Estados Unidos como enfermedad de Lou Gehrig.5 Es una enfermedad neurodegenerativa progresiva que afecta a las neuronas motoras, las células nerviosas del cerebro y la médula espinal que controlan el movimiento muscular voluntario.21 Con el tiempo, esto conduce a debilidad muscular, atrofia y parálisis.21 Los médicos me dieron un pronóstico sombrío: dos años de vida, quizás dos y medio.5

La noticia fue devastadora. Me sentí completamente desmoralizado, sin saber qué rumbo tomaría mi vida o si siquiera tendría tiempo para completar mi doctorado. Recuerdo escuchar mucha música de Wagner en ese período.5 Curiosamente, antes del diagnóstico, había llegado a sentirme bastante aburrido con la vida.11 La perspectiva de una muerte temprana, paradójicamente, me hizo darme cuenta de que la vida valía la pena y que había muchas cosas que quería hacer.7 Como dije más tarde, «Cuando tus expectativas se reducen a cero, realmente aprecias todo lo que tienes».28

Fue en esta época oscura cuando mi relación con Jane Wilde cobró una importancia crucial. Nos habíamos conocido en una fiesta de Año Nuevo en 1963.11 Nos casamos en 1965.5 La determinación de Jane y nuestro compromiso mutuo me dieron una razón poderosa para vivir, un propósito renovado para luchar contra la enfermedad.5 Decidimos afrontarlo juntos.5 Este nuevo impulso me llevó a sumergirme en mi investigación doctoral con una dedicación que antes me había faltado.5

Contra todo pronóstico médico 8, viví más de 50 años después de aquel diagnóstico.16 Jane y yo tuvimos tres hijos maravillosos: Robert, nacido en 1967, Lucy en 1970 y Timothy en 1979.5

El diagnóstico fue, sin duda, un momento decisivo. La confrontación con la mortalidad no fue simplemente un golpe negativo; actuó como un poderoso catalizador. Transformó mi perspectiva, infundiendo a mi tiempo restante y a mis búsquedas intelectuales una urgencia y un significado profundos.7 La relación con Jane 5 proporcionó el ancla emocional esencial necesaria para canalizar este shock existencial en una determinación productiva. Demuestra cómo los desafíos profundos de la vida pueden reorientar fundamentalmente las prioridades y desbloquear el potencial latente, convirtiendo las limitaciones percibidas en fuentes de enfoque e impulso. El apoyo emocional es, en tales transformaciones, absolutamente crítico.

IV. El Borde del Espaciotiempo: Singularidades y Agujeros Negros

Con una nueva determinación, me enfoqué en mi investigación doctoral en cosmología.5 Mi tesis, titulada «Propiedades de los universos en expansión», fue completada y aceptada en 1966.5 Tras obtener mi doctorado, aseguré primero una Beca de Investigación y más tarde una Beca Profesoral en el Gonville & Caius College de Cambridge, donde permanecería durante toda mi vida académica.5 Fui miembro del Instituto de Astronomía en 1968 11 y, a partir de 1973, me uní al Departamento de Matemáticas Aplicadas y Física Teórica (DAMTP).17

Fue durante estos años, a finales de los 60 y principios de los 70, cuando colaboré intensamente con Roger Penrose.15 Extendimos los conceptos de singularidad que había explorado por primera vez en mi tesis doctoral.16 El teorema de Penrose había demostrado que la formación de singularidades dentro de los agujeros negros era una predicción robusta de la relatividad general, no un artefacto de asumir una simetría esférica perfecta.34 Juntos, publicamos en 1970 una prueba de que si el universo obedece a la teoría general de la relatividad de Einstein y encaja en cualquiera de los modelos de cosmología física desarrollados por Alexander Friedmann, entonces debe haber comenzado como una singularidad.16 Nuestro trabajo implicaba que el espaciotiempo tenía un principio en el Big Bang y podía tener un final dentro de los agujeros negros.17 Definimos las singularidades no necesariamente como puntos de curvatura infinita, sino más fundamentalmente como lugares donde la relatividad general se rompe, a menudo indicados por la ‘incompletitud geodésica’: la existencia de caminos a través del espaciotiempo que simplemente terminan después de un tiempo finito.34 Estos teoremas de singularidad no solo eran matemáticamente elegantes, sino que subrayaban las limitaciones inherentes de la relatividad general y señalaban la necesidad de una teoría más completa, una que incorporara la mecánica cuántica: la gravedad cuántica.34

Mi interés se centró entonces en la física de los agujeros negros. En 1970, postulé lo que se conoció como la segunda ley de la dinámica de los agujeros negros: el área del horizonte de sucesos de un agujero negro nunca puede disminuir.16 Junto con James Bardeen y Brandon Carter, propusimos las cuatro leyes de la mecánica de los agujeros negros, estableciendo una sorprendente analogía con las leyes de la termodinámica.16 Para mi inicial irritación, Jacob Bekenstein, un estudiante de posgrado de John Wheeler, llevó esta analogía más allá, sugiriendo que los agujeros negros realmente poseían entropía, proporcional al área de su horizonte.16 También apoyé el ‘teorema de no pelo’ de Wheeler, que afirma que un agujero negro, independientemente de lo que lo formó, puede describirse completamente por solo tres propiedades: masa, carga eléctrica y rotación.16 Mi ensayo «Agujeros Negros» ganó el premio de la Gravity Research Foundation en 1971.16 Y en 1973, publiqué mi primer libro técnico, La estructura a gran escala del espacio-tiempo, junto con George Ellis.11

A partir de 1973, mi enfoque se desplazó hacia la gravedad cuántica y la mecánica cuántica, en parte estimulado por una visita a Moscú y discusiones con Yakov Zel’dovich y Alexei Starobinsky.16 Su trabajo sugería que los agujeros negros en rotación deberían emitir partículas debido al principio de incertidumbre. Cuando apliqué la teoría cuántica de campos al espaciotiempo curvo alrededor de un agujero negro, mis cálculos, muy verificados, produjeron un resultado sorprendente y, al principio, molesto: los agujeros negros no eran completamente negros. Descubrí que los efectos cuánticos cerca del horizonte de sucesos –las fluctuaciones del vacío que constantemente crean pares de partículas virtuales– llevarían a la emisión de partículas reales.16 Un miembro del par podía caer en el agujero negro (llevando energía negativa, por así decirlo), mientras que el otro escapaba al infinito. Esta radiación, ahora conocida como radiación de Hawking, tendría un espectro térmico, como el de un cuerpo negro, con una temperatura inversamente proporcional a la masa del agujero negro (T∝1/M).41 Esto significaba que los agujeros negros debían perder masa lentamente y, finalmente, evaporarse por completo.16 Los agujeros negros más pequeños serían más calientes y se evaporarían más rápido.41 Este resultado contradecía mi propia segunda ley (que el área del horizonte nunca disminuye) y, para mi sorpresa, apoyaba el razonamiento de Bekenstein sobre la entropía de los agujeros negros.16

Presenté estos hallazgos a partir de 1974.16 Inicialmente, la idea de que los agujeros negros pudieran irradiar y evaporarse fue muy controvertida.16 Pero a finales de la década de 1970, tras la publicación de más investigaciones, fue ampliamente aceptada como un avance significativo en la física teórica.16 Este descubrimiento me valió la elección como Fellow de la Royal Society (FRS) en 1974, a la temprana edad de 32 años.9 Sin embargo, la radiación de Hawking también planteó un profundo enigma: la paradoja de la información del agujero negro. Si un agujero negro se evapora por completo emitiendo radiación puramente térmica, ¿qué sucede con la información sobre la materia que cayó en él? La mecánica cuántica insiste en que la información no puede destruirse, pero la radiación de Hawking parecía borrarla.41 Este sigue siendo uno de los problemas más profundos de la física teórica.

Mi trabajo, en esencia, siempre buscó tender puentes: entre la relatividad general y la mecánica cuántica 10, entre la gravedad y la termodinámica.16 Los teoremas de singularidad mostraron dónde fallaba la relatividad clásica.34 La radiación de Hawking mostró cómo la cuántica modificaba la imagen clásica de los agujeros negros. Exploré la cosmología cuántica, la inflación en el universo temprano, la naturaleza misma del tiempo, la posibilidad de agujeros de gusano y la búsqueda final de una «teoría del todo».3

Mirando hacia atrás, quizás había una conexión más profunda entre mi condición física y mi trabajo teórico. Como dije una vez, «Si entiendes cómo funciona el universo, lo controlas, en cierto modo».5 A medida que perdía progresivamente el control sobre mi propio cuerpo 21, la capacidad de comprender y manipular las leyes fundamentales del cosmos a través del pensamiento puro 29 ofrecía una forma de dominio intelectual. La física teórica, que se desarrolla principalmente en la mente, se convirtió no solo en mi pasión, sino quizás también en un refugio psicológico, un medio para ejercer una forma de control en una vida cada vez más definida por la dependencia física. El universo abstracto de las ecuaciones y las ideas era un reino donde mi mente podía vagar libremente, sin las limitaciones impuestas por la materia.

V. Las Ataduras de la Materia, la Libertad de la Mente

La Esclerosis Lateral Amiotrófica es una enfermedad implacable. A lo largo de las décadas, experimenté una pérdida gradual pero inexorable del control muscular.5 Primero necesité un bastón, luego una silla de ruedas.10 Finalmente, quedé casi completamente paralizado, capaz de controlar solo algunos músculos faciales, principalmente uno en mi mejilla.16 Los síntomas eran variados y progresivos: debilidad en brazos y piernas, fasciculaciones (pequeños espasmos musculares), calambres, espasticidad (rigidez muscular), dificultad para tragar (disfagia) que hacía que comer fuera un proceso lento y cuidadoso, y dificultad para hablar (disartria) hasta la pérdida total del habla.21 Eventualmente, la respiración también se vio comprometida (disnea), requiriendo asistencia.21 Sin embargo, y esto es crucial, la ELA ataca las neuronas motoras, pero deja intactas las funciones cognitivas. Mi mente, mi memoria, mi personalidad, mi capacidad para pensar y razonar no se vieron afectadas.20

Mi vida diaria se transformó por completo. Necesitaba asistencia las 24 horas del día para casi todas las tareas físicas: moverme, vestirme, comer, ir al baño.6 Comer requería ayuda para evitar la asfixia o la aspiración, un riesgo constante que podía llevar a neumonía.19 Mi rutina diaria, aunque estructurada en torno a mi trabajo, dependía enteramente de un equipo dedicado de enfermeras y asistentes personales.6 Incluso mi entorno físico tuvo que adaptarse; mi oficina en Cambridge era el doble de grande que una estándar, con un área de cocina y lavabo para facilitar mis cuidados.32

A pesar de estas inmensas dificultades físicas, me esforcé por mantener una actitud positiva. Como aconsejé a otras personas con discapacidad: «Concéntrense en las cosas que su discapacidad no les impide hacer bien, y no se lamenten por las cosas con las que interfiere. No estén discapacitados en espíritu, además de físicamente».7 Creía firmemente que si uno es físicamente discapacitado, no puede permitirse el lujo de estar psicológicamente discapacitado también.54 Evitar la ira y las quejas era importante; «La gente no tendrá tiempo para ti si siempre estás enojado o quejándote».28 El humor se convirtió en una herramienta esencial para la supervivencia. «La vida sería trágica si no fuera divertida», dije una vez.8 La reducción de mis expectativas a cero a los 21 años significó que todo lo que vino después fue una bonificación.7 Y el trabajo, mi investigación, me dio sentido y propósito; sin él, la vida se sentiría vacía.8

Mi existencia se convirtió en una encarnación vívida de la dicotomía mente-cuerpo. Mientras mi cuerpo físico fallaba progresivamente 21, imponiendo severas restricciones a mi interacción con el mundo material 19, mi mente permanecía libre, viajando a los confines del cosmos.6 Esta marcada separación probablemente reforzó mi visión de que el reino físico era secundario al intelectual.28 Mi afirmación de que la ciencia es un campo ideal para las personas con discapacidad porque «se desarrolla principalmente en la mente» 29 es un reflejo directo de esta realidad vivida. Mi situación única me proporcionó una lente poderosa y personal a través de la cual contemplar cuestiones de conciencia, existencia y el poder del pensamiento puro, influyendo quizás en mis interpretaciones de la física y la cosmología.

VI. Encontrando Mi Voz: Tecnología y Comunicación

Un punto de inflexión crítico en mi capacidad para interactuar con el mundo ocurrió en 1985. Sufrí un ataque de neumonía casi fatal mientras estaba en Ginebra.9 Para salvarme la vida, los médicos tuvieron que realizarme una traqueotomía. El procedimiento fue exitoso, pero tuvo un costo irreversible: perdí lo poco que quedaba de mi habla natural.5 Durante un tiempo, mi única forma de comunicación fue a través de tarjetas de ortografía, señalando letras una por una con movimientos de cejas, un proceso increíblemente lento y frustrante.5

Fue entonces cuando la tecnología vino al rescate. Comencé a usar un sistema de comunicación computarizado.5 Los primeros sistemas utilizaban interruptores manuales o de pulgar.20 A medida que mi condición empeoraba y perdía el uso de mis manos, el sistema evolucionó. Finalmente, llegué a usar un pequeño sensor infrarrojo montado en mis gafas, que detectaba contracciones voluntarias de un músculo en mi mejilla.20 Este interruptor me permitía controlar un cursor que escaneaba un teclado virtual en la pantalla de una computadora. Podía seleccionar letras, palabras o comandos para construir frases.19 Estas frases se enviaban a un sintetizador de voz, que las pronunciaba con esa voz robótica característica, con acento americano, que se convirtió en mi sello distintivo.5 Aunque no era mi voz natural, se convirtió en mi voz, el medio a través del cual podía seguir compartiendo mis ideas con el mundo.5

A partir de 1997, Intel Corporation comenzó a patrocinar y proporcionar mi sistema de comunicación.62 A medida que mi condición progresaba, incluso el control del músculo de la mejilla se volvió más lento, y mi velocidad de comunicación disminuyó a apenas una o dos palabras por minuto.60 Necesitaba una mejora. Durante tres años, trabajé estrechamente con ingenieros de Intel Labs.61 Juntos desarrollamos un nuevo sistema llamado ACAT (Assistive Context-Aware Toolkit).60 Fui fundamental en su diseño y validación.60 ACAT integró software de predicción de texto de SwiftKey, que aprendía mis patrones de lenguaje y vocabulario para sugerir palabras y frases según el contexto, ya fuera escribiendo un artículo científico o un correo electrónico informal.60 Esto significaba que solo necesitaba teclear alrededor del 15-20% de los caracteres.60 El objetivo era duplicar mi velocidad de comunicación y facilitar tareas informáticas comunes como navegar por la web, gestionar correos electrónicos o trabajar con documentos.60 Más tarde, Intel generosamente hizo que ACAT fuera de código abierto, disponible gratuitamente para que otros desarrolladores pudieran adaptarlo y mejorarlo para ayudar a más personas con discapacidades similares.60 Las versiones más recientes incluso exploran interfaces cerebro-computadora (BCI).63

Como dije una vez: «La medicina no ha podido curarme, así que confío en la tecnología para ayudarme a comunicarme y vivir».60 La tecnología no fue solo una ayuda; fue mi salvavidas. Me permitió seguir siendo un científico activo, escribir libros, dar conferencias y participar en la conversación global.20

Mi experiencia con la tecnología de asistencia ilustra una fascinante coevolución entre el ser humano y la máquina. Mis necesidades específicas, impulsadas por el declive de mis capacidades físicas 16, estimularon la innovación tecnológica.60 A medida que yo cambiaba, la tecnología tenía que adaptarse: de interruptores manuales a sensores de mejilla 20, de la simple entrada de caracteres a la predicción contextual inteligente.60 No era simplemente yo usando una herramienta; era una relación simbiótica. Mis demandas únicas, como usuario de alto nivel, empujaron los límites de la tecnología de asistencia, lo que resultó en ACAT 63, un sistema que luego pudo beneficiar a una comunidad mucho más amplia.60 Mi uso público y visible de esta tecnología también ayudó a normalizarla y a destacar su potencial transformador.20 Esto demuestra cómo las necesidades humanas extremas pueden ser poderosos motores del progreso tecnológico con amplios beneficios, y cómo la relación entre un usuario y su tecnología de asistencia puede volverse profundamente íntima y formativa de la identidad.

VII. Una Breve Historia: Compartiendo el Cosmos

A pesar de los desafíos físicos, mi carrera académica continuó floreciendo en Cambridge. En 1979, fui nombrado Profesor Lucasiano de Matemáticas, una cátedra de inmenso prestigio que una vez ocupó Isaac Newton.5 Ocupé este puesto durante treinta años, hasta 2009.17 Posteriormente, continué como Director de Investigación Dennis Stanton Avery y Sally Tsui Wong-Avery en el Centro de Cosmología Teórica (CTC) dentro del DAMTP.16 A lo largo de los años, recibí numerosos premios, honores y medallas, incluyendo la elección como Fellow de la Royal Society, la Orden de los Compañeros de Honor del Reino Unido y la Medalla Presidencial de la Libertad de los Estados Unidos.9 También tuve el privilegio de supervisar a un gran número de estudiantes de doctorado brillantes.31

Aunque publiqué trabajos muy técnicos, como La estructura a gran escala del espacio-tiempo en 1973 con George Ellis 11, sentí una creciente necesidad de compartir las maravillas y los misterios de la cosmología con un público más amplio. Creía que era importante que los científicos explicaran su trabajo, especialmente en cosmología, ya que aborda muchas preguntas que antes eran dominio exclusivo de la religión.8 Así nació la idea de Una breve historia del tiempo. Puse un gran esfuerzo en escribirlo, incluso durante un período en que estuve críticamente enfermo de neumonía.8 Publicado en 1988, el libro se convirtió en un éxito de ventas internacional sin precedentes, permaneciendo en la lista de los más vendidos del Sunday Times durante un récord de 237 semanas.9 Alguien me dijo que cada ecuación que incluyera en el libro reduciría las ventas a la mitad.70 Incluí solo una: E=mc2.

Tras el éxito de Una breve historia, publiqué otros libros destinados al público general, como Agujeros negros y pequeños universos y otros ensayos (1993), El universo en una cáscara de nuez (2001), Brevísima historia del tiempo (2005, con Leonard Mlodinow), El gran diseño (2010, también con Mlodinow) y mi autobiografía, Mi breve historia (2013).11 También tuve el placer de coescribir una serie de libros infantiles sobre ciencia con mi hija Lucy.11

Inevitablemente, me convertí en una figura pública, uno de los científicos más reconocibles del mundo.6 Mi imagen y mi voz sintetizada aparecieron en la cultura popular, desde Los Simpson y Futurama hasta Star Trek.69 Mi vida incluso fue llevada al cine en la película La teoría del todo (2014).9 Utilicé esta plataforma inesperada no solo para hablar de ciencia, sino también para abogar por los derechos de las personas con discapacidad y para crear conciencia sobre los desafíos globales que enfrenta la humanidad.28 Por supuesto, la fama tenía su lado negativo: la pérdida casi total del anonimato. «No basta con que me ponga gafas oscuras y una peluca», bromeé una vez. «La silla de ruedas me delata».29

En Una breve historia del tiempo, intenté transmitir la esencia de nuestra búsqueda cósmica: el anhelo de conocimiento 1, la naturaleza provisional pero poderosa de las teorías científicas 1, la maravilla del universo en expansión que vemos como era en el pasado 2, la unión del espacio y el tiempo 51, la inexorable flecha del tiempo dictada por el aumento de la entropía o el desorden 1, y la esperanza, quizás lejana, de una teoría unificada completa que pudiera responder a la pregunta fundamental: «¿Por qué el universo se toma la molestia de existir?».1

Mi incursión en la divulgación científica no fue un mero pasatiempo. Sentí que era una obligación compartir el conocimiento, especialmente sobre temas tan fundamentales que tocan las preguntas más profundas de la existencia humana.8 El extraordinario éxito de Una breve historia del tiempo 9 reveló un apetito público masivo por estas ideas complejas. Mis circunstancias únicas –mi reconocible voz sintetizada, mi historia personal de superación– me otorgaron una plataforma sin igual.6 Escribir para el público se convirtió en una parte importante de mi legado, una extensión natural de mi impulso científico: el deseo de compartir la comprensión que tanto me había costado alcanzar. Demuestra que una comunicación científica eficaz puede tender puentes entre la investigación compleja y la comprensión pública, satisfaciendo una profunda curiosidad humana, y que una narrativa personal convincente puede amplificar enormemente el alcance de las ideas científicas.

VIII. El Gran Diseño: ¿Hacia una Teoría del Todo?

Mi trabajo científico siempre estuvo impulsado por el deseo de comprender las leyes más fundamentales que gobiernan el universo. Fui pionero en la aplicación de la mecánica cuántica al universo en su conjunto, un campo conocido como cosmología cuántica.10 Esto implicaba explorar los momentos más tempranos del Big Bang, un reino donde tanto la gravedad (descrita por la relatividad general) como la cuántica son cruciales.48

Junto con Jim Hartle, desarrollé la «propuesta de no-límite».17 Esta idea sugiere que el universo no tiene borde o límite en el tiempo imaginario (un concepto matemático que utilizamos para evitar las singularidades). Si el universo no tiene límite, entonces no necesita un principio o un final en el sentido convencional. Sería completamente autocontenido, su estado determinado enteramente por las leyes de la ciencia, sin necesidad de apelar a condiciones iniciales específicas o a un creador externo.29 Como lo expresé: «La condición de contorno del universo es que no tiene contorno».29 El universo simplemente «sería».29

Esta línea de pensamiento influyó en mis reflexiones sobre Dios y la realidad. Argumenté cada vez más que la ciencia podía ofrecer una explicación completa del universo sin necesidad de invocar a un creador.8 «Porque existe una ley como la gravedad, el universo puede crearse y se creará a sí mismo de la nada», escribí en El gran diseño.29 «La creación espontánea es la razón por la que hay algo en lugar de nada, por la que existe el universo, por la que existimos nosotros. No es necesario invocar a Dios para encender la mecha azul y poner el universo en marcha».29 Consideraba ideas como el cielo o la vida después de la muerte como «cuentos de hadas para gente que tiene miedo a la oscuridad».28 Mi enfoque filosófico era esencialmente positivista: una teoría científica es buena si describe con precisión las observaciones y hace predicciones comprobables; preguntar si «representa la realidad» es menos importante que preguntar si «funciona».50 Creía que no existe una «imagen única de la realidad» 28 y apoyaba la interpretación de los muchos mundos de la mecánica cuántica, que sugiere que todas las posibilidades cuánticas se realizan en universos paralelos.16

A pesar de estos avances, la búsqueda de una teoría unificada completa, una «teoría del todo» que uniera la relatividad general y la mecánica cuántica, siguió siendo un objetivo central.3 Exploré la teoría de cuerdas y otros enfoques de la gravedad cuántica.48 Sin embargo, también reconocí las limitaciones de tal teoría. Incluso si encontráramos las ecuaciones definitivas, estas no podrían predecir fácilmente el comportamiento de sistemas tan complejos como los seres humanos. Decimos que tenemos libre albedrío porque no podemos predecir lo que haremos.1

En mis últimos años, trabajando con Thomas Hertog, mi visión del cosmos continuó evolucionando.49 Nos alejamos de la idea de un multiverso infinito generado por la inflación eterna. En su lugar, propusimos un marco basado en la holografía que sugería un conjunto mucho más limitado de universos posibles, quizás incluso verificable observacionalmente a través de las ondas gravitacionales. Este enfoque enfatizaba que nuestras teorías cosmológicas deben tener en cuenta nuestra propia existencia dentro del universo; no podemos adoptar una «visión de Dios» desde fuera.49 Sugerimos que las propias leyes de la física podrían haber evolucionado en el universo primitivo, en un proceso con sabor darwiniano, y que el tiempo mismo podría ser una propiedad emergente, como la temperatura surge del movimiento colectivo de los átomos.49

Mi relación con las ideas de determinismo y la necesidad de un creador evolucionó a lo largo de mi carrera. Mis primeros trabajos sobre singularidades 34 parecían indicar un comienzo definido, dejando potencialmente la puerta abierta a la intervención divina.72 Sin embargo, trabajos posteriores como la propuesta de no-límite 17 buscaron explícitamente eliminar esta necesidad, haciendo el universo científicamente autocontenido. Mis declaraciones públicas sobre Dios se volvieron más firmes con el tiempo.8 Simultáneamente, mientras perseguía una teoría unificada potencialmente determinista 51, siempre reconocí la naturaleza probabilística fundamental de la mecánica cuántica 4 y la imposibilidad práctica de predecir acciones humanas complejas.1 Mi búsqueda no era solo de ecuaciones, sino de una cosmovisión coherente basada en la física, que me llevó hacia un determinismo científico para las leyes del universo, al tiempo que reconocía la incertidumbre cuántica y el libre albedrío efectivo de los seres complejos.

IX. Epílogo: Mirando Hacia las Estrellas

Al reflexionar sobre nuestra existencia, a menudo comentaba que somos «solo una raza avanzada de monos en un planeta menor de una estrella muy promedio».27 Sin embargo, lo que nos hace «algo muy especial» es nuestra capacidad para comprender el Universo.28 Esta capacidad conlleva una responsabilidad. Advertí repetidamente sobre los peligros que nosotros mismos creamos: nuestra codicia y estupidez, nuestra agresión –un rasgo que pudo tener ventaja de supervivencia en la prehistoria pero que ahora amenaza con destruirnos a todos–, la destrucción del medio ambiente en nuestro pequeño y cada vez más superpoblado planeta, y los riesgos potenciales de la inteligencia artificial no controlada.28 Insté a la humanidad a mirar hacia afuera, a no permanecer mirando hacia adentro, y a explorar el espacio como una posible póliza de seguro a largo plazo.28

Sobre mi propia discapacidad, mi consejo siempre fue consistente: concentrarse en lo que sí se puede hacer bien, en lugar de lamentar lo que no se puede.7 Evitar la amargura, la autocompasión y, sobre todo, la discapacidad psicológica.8 Consideraba que la ciencia, al desarrollarse principalmente en la mente, era un campo casi ideal para las personas con discapacidades físicas.29 Siempre reconocí que mi capacidad para seguir adelante se debió enormemente a la ayuda que recibí de mi familia, amigos, colegas, estudiantes y cuidadores.29

Si tuviera que resumir mi mensaje final, sería este: mantengan la curiosidad. «Miren hacia las estrellas y no hacia sus pies. Intenten dar sentido a lo que ven y pregúntense qué hace que el universo exista. Sean curiosos».28 Encuentren trabajo que les dé sentido y propósito, porque la vida está vacía sin él.8 Nunca se rindan. «Por muy difícil que parezca la vida, siempre hay algo que puedes hacer y en lo que puedes tener éxito. Lo importante es que no te rindas».4 Si tienen la suerte de encontrar el amor, recuérdenlo y no lo desperdicien.8 Y mantengan el sentido del humor y una actitud positiva.8 La búsqueda del conocimiento es justificación suficiente para nuestra existencia.1

Mi propia vida, enfrentada a la perspectiva de una muerte temprana y vivida bajo la sombra de una enfermedad degenerativa, me enseñó a valorar cada momento.7 Mi optimismo no era ingenuo; estaba templado por una conciencia aguda de la fragilidad humana y cósmica.28 Era una perspectiva ganada con esfuerzo que valoraba el conocimiento, la resiliencia y la conexión humana, sin dejar de ser consciente de nuestro potencial para la autodestrucción. Combinaba la gran perspectiva cósmica («mira las estrellas») con la acción pragmática («nunca dejes de trabajar»).

Dejé este mundo el 14 de marzo de 2018 9, en Cambridge, la ciudad que fue mi hogar académico durante tanto tiempo. Pero espero que la búsqueda de respuestas sobre el universo, nuestra búsqueda colectiva para comprender por qué estamos aquí y de dónde venimos, continúe. Solo el tiempo (sea lo que sea) lo dirá.3

Obras citadas

  1. A Brief History of Time Quotes by Stephen Hawking – Goodreads, fecha de acceso: mayo 4, 2025, https://www.goodreads.com/work/quotes/2192250-a-brief-history-of-time
  2. Quotes from ‘A brief history of Time’ by Stephen Hawking – Aamil Syed, fecha de acceso: mayo 4, 2025, https://aamilsyed.wordpress.com/quotes-from-a-brief-history-of-time-by-stephen-hawking/
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